viernes, 18 de julio de 2014

Besiabrazo

Maridaje musical: "A dónde irán los besos" (Victor Manuel). Versión de Vaudí Cavalcanti
 
 



Ingresé en el vagón con el pitido que anunciaba la salida. Era una delicia viajar en metro a última hora, ya que no había problemas para encontrar asiento. Todos estaban disponibles para mí. Me acababa de despedir de Claudia, compañera del grupo de teatro, en uno de los cruces del laberinto subterráneo. Ella tenía que tomar otra línea que la condujese a su destino. Esa tarde el ensayo se había demorado más de lo inicialmente previsto. Cuando una escena se enreda, conviene deshacer el nudo mientras aún está fresco, pues en caso contrario podría hacerse más fuerte y, en consecuencia, más difícil de desatar. Pensé que sería el único ocupante, pero un hombre mayor tuvo tiempo de entrar tras de mí. Lo hizo con una agilidad impropia para una persona de su edad. Aun así, creo que no se libró de un pequeño golpe con el filo de la puerta.

No me agrada estar completamente sólo en un vagón de tren, pero aún es más desagradable tener una compañía unitaria y desconocida. La situación todavía se tornó más molesta y violenta cuando el hombre se sentó justo a mi lado, como si no hubiese plazas libres de sobra. Saqué mi teléfono móvil y me dispuse a disimular con el “whatsapp”, a pesar de que no había ningún tipo de cobertura. No dio resultado y antes de que cogiésemos velocidad me dijo:

-        Besiabrazo.

-        ¿Perdón? – le inquirí, pues no había entendido bien su aparente “saludo”.

-        ¡Besiabrazo! – repitió, elevando la intensidad.

-        Lo siento, no entiendo…

-        ¡Que tenías que haberle dado un besiabrazo!, chico.

-        Perdóneme, pero no sé a qué se refiere…

-        Al despedirte de ella, vi en tus ojos que deseabas dárselo.

-        ¿Qué es un besiabrazo? – pregunté, a pesar de que me hacía una idea de lo que quería decir.

-        ¿No lo sabes? Se trata de una palabra inventada por mí y no es más que una mezcla de los términos “beso” y “abrazo”. Cuando se intercambia con sinceridad entre dos personas que se tienen cariño, proporciona una de las sensaciones más agradables que se pueden experimentar. He visto mucha complicidad entre vosotros y estoy seguro de que deseabas darle uno. Espero que no te traiga consecuencias haberlo reprimido.

Todo aquello me estaba resultando harto incómodo, pero no tenía escapatoria. La posibilidad de cambiarme de sitio quedó descartada, ya que supondría una falta de educación. Al fin y al cabo, el viejo no tenía mala pinta; iba correctamente vestido y sólo trataba de ser amable. Además, había dado en el clavo. Escasamente diez minutos antes, me moría por darle un “besiabrazo” a  Claudia. Sin embargo no me atreví. No le encontré mucho sentido, pues nos veíamos casi a diario. Yo era de los que consideraba que esas cosas debían reservarse para las auténticas despedidas. Ésas que suponen una ausencia de al menos unas semanas. Regalarse tales muestras de afecto muy a menudo no me parecía procedente. Por eso aborté mi deseo de abrazar a Claudia. Utilicé estos argumentos con mi interlocutor y dije:

-        ¿Por qué iba a darle un “besiabrazo”, si voy a volver a encontrarme con ella mañana?

-    ¿Qué tiene eso que ver? Si tú lo deseabas deberías haberlo hecho – me contestó con una sonrisa.

-        Y ¿Qué hubiera pasado si lo hubiese rechazado? ¡Menuda vergüenza! - añadí

-        Nadie rechaza un besiabrazo cuando es sincero. Voy a hacerte una pregunta: ¿cuántos años me echas?

En una muestra de cortesía, desconté un lustro a la edad que aparentaba y respondí:

-        Sesenta y cinco.

Su inesperada carcajada me asustó.

-        ¿Tan deteriorado me ves? Tengo menos de cincuenta. Y ¿sabes cuál es la razón de mi aspecto? Un besiabrazo enquistado. Si quieres te cuento la historia.

Asentí con los ojos como platos y la boca abierta, mientras guardaba de nuevo el móvil, con el que había estado jugueteando durante la conversación. Acto seguido, el anciano prematuro comenzó con su relato.

-        Elisa era una compañera de la Facultad con la que tenía una relación de amistad muy cercana. Nos sentábamos uno al lado del otro en el aula, estudiábamos juntos, hacíamos competiciones de preguntas antes de los exámenes… En fin, éramos amigos con mayúsculas. Nos veíamos todos los días y precisamente por esa razón tan sólo nos regalábamos besos y abrazos en momentos puntuales, generalmente  ante la partida o el retorno tras un periodo vacacional o un puente de larga duración. Un buen día, al despedirnos frente a la puerta de la biblioteca, sentí un enorme deseo de abrazarla y besarla; de darle un besiabrazo afectuoso, como lo llamábamos nosotros. Sin embargo no lo hice; no lo consideré oportuno. Me pasó como a ti hace unos instantes. Aquella noche sentí una pequeña opresión en la parte alta del pecho, como un flato o una burbuja interna. Al otro día Elisa no estaba a primera hora. “Se habrá dormido”- me dije. A media mañana el jefe de estudios irrumpió en la clase de Historia del Arte con la cara desencajada y nos comunicó que Elisa había fallecido. Un automóvil la atropelló muy cerca del portal de su domicilio. Ya te puedes imaginar el impacto que causó en mí la pérdida de mi amiga, pero esa no es la cuestión importante en esta historia. Aunque parezca imposible, la tristeza, por grande que sea, se acaba disolviendo. La vida ha de continuar y todos superamos tarde o temprano la muerte de un ser querido. Lo que no se me quitaba era esa opresión, sino que se hacía cada vez más molesta. Sentía el estómago encogido y me resultaba dificultoso comer. Llegué a pensar que tenía el esófago parcialmente obstruido. Acudí a especialistas de todo tipo, pero no supieron decir lo que me aquejaba. Todas las pruebas eran absolutamente negativas. Como no me sentía especialmente desanimado, descartaron que estuviese sufriendo un episodio depresivo. Al final, el diagnóstico fue: trastorno idiopático digestivo, que es como decir “no tenemos ni idea”.

Los síntomas iniciales lejos de desaparecer, se hacían más acusados y otros nuevos se sumaban. Comencé a sentirme cada vez más débil, a envejecer prematuramente y a dejar de sentir cariño. Cuando me disponía a abrazar a alguien, no era capaz de hacerlo o lo hacía de manera tan forzada que el resultado era peor. Eso me preocupó sobremanera y ante mi desconfianza en la medicina, frecuenté todo tipo de brujos y curanderos. La fortuna me llevó a la consulta de uno que descubrió la causa de todos mis males. Aún recuerdo la pregunta que me hizo en la primera entrevista: “¿Ha reprimido usted algún beso o abrazo hacia alguna persona querida?" La respuesta se dibujó en mi rostro. Me comunicó entonces que lo que me aquejaba era una obstrucción afectiva. La solución pasaba por entregar a su destinatario ese abrazo pendiente que impedía la salida de cualquier tipo de muestra de estima. Ante la imposibilidad de tal acción, mi suerte estaba echada. Lo único que él podía hacer era retardar el proceso lo más posible. Me contó que me iría marchitando poco a poco, de dentro afuera; que comenzarían a aparecer pequeñas manchas en el interior de mi corazón a modo de diminutas llagas. En el momento en el que tuviesen cierto tamaño me llegaría el triste final. Desde entonces acudo una vez por semana a su consulta para someterme a un proceso de hipnosis que me transporta a momentos compartidos con Elisa. Revivir los besiabrazos intercambiados con ella consigue engañar durante unos días a mi cuerpo, en los cuales mi deterioro se detiene. Pasado ese periodo, todo continúa su curso.

Han pasado ya casi veintisiete años desde aquél instante en la puerta de la biblioteca y te garantizo que no ha habido una sola jornada en la que no me haya arrepentido por haber frustrado la entrega de ese gesto de afecto. Llevo dentro de mí un besiabrazo para un destinatario que ya no puede recibirlo. Un besiabrazo que me ha obstruido el corazón y que terminará por convertirlo en una gran ciruela pasa. No creas que estoy triste por ello. Asumo mi destino con ánimo. Veo cada semana a Elisa, aunque sea bajo los efectos de la hipnosis y le doy virtualmente, una y otra vez, ese besiabrazo pendiente.

El final del trayecto de la línea nos devolvió a la realidad. Mi parada había quedado atrás hacía mucho tiempo y la suya… Supongo que él no tenía una parada de destino. En el andén nos despedimos. Le di un abrazo al que no pudo corresponder y salí corriendo.

Atravesé la ciudad y una hora más tarde me encontraba ante la puerta de la casa de Claudia. Me abrió ella misma y sin mediar palabra me lancé a abrazarla con todas mis fuerzas, a la vez que le daba un sonoro beso en la mejilla. Ella hizo exactamente lo mismo, como si lo estuviese esperando. Estuvimos así, fundidos, más de un minuto. Después, sin decirnos nada, nos separamos. Yo di media vuelta y ella cerró la puerta. Pude sentir perfectamente su sonrisa al otro lado y estoy seguro de que también ella percibió la mía.


Desde aquella conversación en el metro no escatimo cariño con nadie. Reparto todos los besiabrazos que puedo, sin reprimir ninguno y jamás me he sentido rechazado. Si te tuviese delante también te daría uno a ti, pues por el hecho de emplear tu tiempo en esta lectura ya cuentas con mi afecto. No te olvides de recogerlo  cuando nos encontremos.

jueves, 26 de junio de 2014

Forzada faena

Maridaje musical: "Una canción para la Magdalena" (Joaquín Sabina) Enlace youtube




¡Otro paseíllo más!, pensó mientras se calzaba los ajustados pantalones. Sabía que no sería el último, muy a su pesar. Aún le quedaban muchas “faenas” por delante y un montón de plazas que visitar una y otra vez: Sevilla, Madrid, Barcelona, Bilbao... Las grandes capitales eran las peores. En los pequeños pueblos aún podía esconderse un poco, pero en las ciudades importantes había que emplearse a fondo, pues la exigencia era mucho mayor. 

                Aunque odiaba su actividad, tenía una gran reputación y una profesionalidad fuera de toda duda. Cuando estaba en cartel, la afluencia era masiva y se hacían grandes cajas. Las críticas por no arrimarse demasiado eran absolutamente falsas, levantadas desde dentro, fruto de la envidia. No tenía ningún miedo a los revolcones; es más, se diría que los buscaba con ahínco desde el primer instante.

                Ya faltaba poco para “saltar a la arena”. Siempre que salía al ruedo se le humedecían los ojos. Las primeras veces lloró como un bebé, pero ahora sabía contenerse. Sentía cómo se posaban sobre su cuerpo todas las miradas. Era un objeto de deseo y eso, lejos de producirle satisfacción, le repugnaba. 

                Se puso la luminosa chaquetilla salpicada de abalorios; contempló la virgen que tenía sobre la mesa y le lanzó un beso con una petición anudada. La misma de siempre. Después se dispuso para recibir una embestida tras otra con la mirada perdida en el tendido; maldiciendo el día en el que abandonó su país buscando un futuro mejor. Soportaría las “cornadas” en su cuerpo otra noche más. Soñaba con “cortarse la coleta” y volver a casa con los suyos. La obligación de satisfacer una inexplicable y creciente deuda, contraída con su “apoderado”, era su cadena perpetua. Quizá a ella, con los años, le concederían el indulto.

lunes, 23 de junio de 2014

Cuestión de Estado (100 palabras)

Maridaje musical: Another brick in the wall pt1 (Pink Floyd) enlace youtube





Escuchó el grito silencioso de los invisibles; la petición de ayuda de manera desesperada; el clamor por hacerse ver y oír; la denuncia de las injusticias perpetradas sobre ellos; la descripción de los continuos espolios a manos de los poderosos; el relato de la exterminación respaldada por los dominadores. Por fin los escuchó y decidió ser altavoz de sus quejas y necesidades. Estaba en una buena posición para ello. Lo suficientemente elevado como para ser visto y escuchado por todos. Lo suficientemente importante como para resultar creíble.  Pero entonces, fue declarado insurgente, encerrado, ignorado y finalmente, también se volvió invisible.

sábado, 14 de junio de 2014

Conflicto de identidades

Maridaje musical: "Piensa en mí" (Chavela Vargas) Enlace youtube




Me enseñaron que el verbo llover no se conjuga, pero no es cierto. Yo, tengo días nublados en los que finalmente lluevo.

                Siempre me pareció irresistible cuando duerme. Incluso ahora, me resulta muy difícil contenerme y no abalanzarme sobre él para abrazarlo y fundirnos en uno. La mitad de mi vida le pertenece.

                Nos conocimos en nuestra época de becarios universitarios. Hacíamos sendos doctorados en Ciencias Matemáticas y siempre coincidíamos en la cafetería de la facultad. Llegase a la hora que llegase, allí estaba él. Compartíamos una cerveza, bebida a morro, mientras nos observábamos sin emitir una palabra. Era como si mutuamente nos leyésemos el pensamiento. En aquella época decidí que nuestro primer hijo se llamaría “Heineken”. 

Un día me reveló la mejor definición del amor que he oído nunca: 

El amor es la resolución de un teorema, dadas dos hipótesis complementarias que verifican una condición necesaria y suficiente

Eso terminó de enamorarme.

                Al cabo de unos meses llegaron los “no pasa nada” y los “no me importa”, traídos por mi propia boca. Más tarde me di cuenta de que detrás de un “no pasa nada” hay algo que sí sucede y detrás de un “no me importa” hay algo que sí afecta. Sin embargo esperé, confiada, a que todo cambiase. Pero nada cambió. Si siempre estás esperando, acabas por perder toda esperanza. La espera pasiva no es más que una forma de alargar la mano hacia la muerte. He comprendido que en una relación, el peso ha de llevarse de manera equilibrada para que funcione. Es como una cuerda que ha de mantenerse tensa. Si se tira sólo de uno de los cabos, por mucha fuerza y empeño que se ponga no se conseguirá. He descubierto que, al contrario que con la ropa, cuando las relaciones se rompen por desgaste de sus costuras, tienen peor arreglo que si les sobreviene un siete debido a un inoportuno enganchón.

        Pensé que el futuro, por sí sólo, volvería a encauzar nuestras vidas; deseaba alcanzar el mañana, sin saber que para eso es imprescindible haber llegado ayer al hoy. Así pues, sistemáticamente arribaba al mañana con un día de retraso. Entonces puse en una balanza su vida y la mía sin poder decantarme por ninguna de las dos. No logré decidir qué era lo justo y me convencí de que hiciese lo que hiciese, perdería yo.

            Cada vez que llego a este punto doy marcha atrás a pesar de conocer con exactitud cuál es el camino correcto. Cada instante es un punto de partida. No me importa cometer de nuevo un error, pues muchos de mis tesoros han aparecido a base de tropezar varias veces en la misma piedra. Todos los logros los he conseguido siempre en el último intento. No voy a darme por vencida. Hasta la perla más valiosa comenzó siendo un insignificante grano de arena. Le haré regresar; coger el camino de vuelta. Le ayudaré a ser el que era aunque eso signifique la muerte. Aún lo creo posible; todavía confío en ello a pesar de todo. Al fin y al cabo, ¿qué es el amor sin la necesaria confianza en alguien como para perdonar hoy su futuro? Yo todavía la tengo y el presente ya se lo he perdonado hace mucho tiempo. Hemos compartido toda una vida, dividiendo cada instante en dos partes iguales y complementarias. Me siento tan ligada a él, que a veces tengo la sensación de que somos la misma persona.

sábado, 7 de junio de 2014

Reencuentro

Maridaje musical: "Libre te quiero" (Amancio Prada) enlace youtube



Durante su separación, sus miradas se citaban cada noche en la luna y aprovechaban para besarse apasionadamente con los ojos y para conversar sin emitir una sola palabra. Fue tal la intensidad de ese idilio, que cuando por fin se encontraron de nuevo, comenzaron a echarse de menos.

domingo, 18 de mayo de 2014

La fuente de los deseos

Maridaje musical: "My Coloring book" (Barbra Streisand) enlace youtube




Milena era una niña muy diferente a las otras niñas del colegio. A Milena, lo que más le gustaba era leer. Se pasaba los recreos sentada en un rincón del patio devorando el librito que tuviese entre manos, mientras sus compañeros jugaban y alborotaban por doquier. Su imaginación no tenía límites, quizá por eso también le encantaba el teatro. Estaba en el grupo de teatro del colegio y su gran ilusión era convertirse en una actriz famosa. Cuando algún familiar le preguntaba qué quería ser de mayor, Milena, poniendo una amplia sonrisa, siempre respondía:

-          ¡Quiero ser una gran actriz! 

Su cuento favorito era “Aladino y la lámpara maravillosa”. Tenía muy claro lo que ella haría si se le  presentase un genio y le ofreciese cumplir sus deseos. Su lista sería interminable y en caso de que el genio sólo tuviese a bien concederle tres, tenía la trampa perfecta para que nunca pudiese librarse de ella. Cuando llegase el momento de pedir el tercero diría:

-          Mi tercer deseo es… poder pedir otros tres deseos más

Y con este ardid aplicado sucesivamente, Milena tendría asegurados deseos para toda la vida.

                Cuando iba con sus padres a visitar a los abuelos, Milena apenas perdía tiempo saludándolos y subía disparada hacia el desván de la casa. Le encantaba ese lugar, lleno de trastos, muebles viejos, ropa, juguetes, libros… Se pasaba toda la tarde allí encerrada, investigando y jugando con su imaginación.

                Un día, al sacar uno de los libros de una de las estanterías superiores, observó que detrás había algo. Retiró más libros y quedó al descubierto un cofrecito lleno de inscripciones ininteligibles. Lo tomó en sus manos para verlo más de cerca y cuando quiso abrirlo observó que no tenía ningún tipo de cerradura a la vista. Eso intrigó mucho a Milena, que se afanó para buscar la forma de abrir el cofre y no paró hasta ver un diminuto saliente en un lateral. Pasó su dedo por encima y de inmediato, como si fuese un resorte, la tapa se abrió, apareciendo un ser de un tono azulado, con toques verdes y amarillos.

-          ¿Quién eres? – preguntó Milena un tanto asustada.

-          Soy el genio del cofre – le contestó la extraña figura.

-          ¡Qué bien!, ¡Un genio! ¿Cuántos deseos me vas a conceder?

-          Querida niña, yo no concedo deseos.

-          ¿Qué no concedes deseos?  Eso no puede ser. Todos los genios conceden deseos. 

-          ¡Pues yo no!  No soy tan vulgar.

-          Entonces… ¿Qué clase de genio eres? – le preguntó Milena un tanto enfadada.

-          Yo, sólo formulo deseos. Buenos deseos, para que mis amos, en este caso tú, luchen por conseguir que se cumplan. – Le dijo el genio en tono afectuoso.

-          ¿Así que eres tú el que me va a pedir deseos a mí?

-          Así es. Todos los que quieras.

-          Vaya suerte la mía. Toda la vida esperando un momento así para conseguir todos mis deseos y resulta que me encuentro con un fraude de genio que no los concede. 

-          Pero tú puedes conseguir todo lo que desees.

-          ¿Sí?, pues ya me dirás cómo, porque como tenga que esperar por tu ayuda…

-          ¿Cómo te llamas? – preguntó el Genio.

-          Milena. Me llamo, Milena

-          Pues mira Milena, ¿qué harías si yo fuese  uno de esos genios que tú anhelas?

-          ¡Uf! Le pediría todos los deseos que quisiese y aun más. Estaría continuamente pidiendo y pidiendo.

-          Tú lo has dicho. Has dado en el clavo. Estarías siempre pidiendo deseo tras deseo. ¿Tú crees que serías feliz? ¿Te parece que vivirías bien?

-          A pesar de ser un genio, pareces un poco torpe - ¡Claro que sería feliz! ¡Tendría absolutamente todo lo que quisiera!

-          En efecto. Así sería. Y después  ¿qué? – dijo el genio.

-          ¿Después de qué? – respondió Milena con una pregunta

-          Pues después de tenerlo todo sin ningún esfuerzo. ¿Qué harías?

-          Pues… no sé. ¿Pedir más deseos?

-          Tú misma has dicho que tendrías todo. ¿Qué más vas a pedir? No tendrías nada por lo que pelear. Todo se te habría dado sin ningún esfuerzo por tu parte. Carecerías de vivencias, de las dificultades para cumplir tus sueños, de las inseguridades que aparecen ante los retos, de los sinsabores que dan los reveses y de las enormes satisfacciones ante los sueños cumplidos. En definitiva, estarías desprovista de vida y tu existencia quedaría reducida a una simple colección de deseos concedidos gratuitamente.

Milena, se quedó petrificada ante el razonamiento del Genio y dijo

-          Es posible que tengas razón. Una vez que no se me ocurriese nada nuevo que pedir, seguramente me aburriría. Entonces… ¿Qué tengo que hacer?

-          Pues no mucho – dijo el genio-  Yo puedo proporcionarte un montón de fórmulas, sueños, buenos sentimientos, consejos y muchas más cosas que te ayudarán a cumplir todos tus deseos. Que te permitirán vivir intensamente y…

El ruido despertó a Milena, que se había dormido en la mecedora del desván mientras leía un pequeño libro.

-          ¡Qué sueño más raro he tenido!, se dijo mientras se dirigía a devolver el libro a su lugar. 

Cuando lo iba a situar en la estantería, se quedó paralizada, con ojos y boca muy abiertos. ¡Allí estaba el cofre de su sueño! Sólo que ahora sí tenía una pequeña cerradura que no le fue muy difícil abrir. Dentro, había un montón de papelitos doblados, cubiertos por la siguiente nota:

Hola Milena. Aquí te dejo una buena colección para que vayas empezando. Disfruta cada uno de ellos con intensidad y recuerda que la forma de conseguirlos es invocando al genio que llevas dentro de ti.”