domingo, 25 de diciembre de 2011

Una nueva Navidad

Maridaje musical: "Only time" (Enya) enlace youtube


 Comenzó a sentir la primera contracción al bajarse del coche. Rápidamente ingresó de nuevo en el vehículo y condujo hasta el hospital. Hacía casi una semana que había salido de cuentas pero el bebé no estaba por la labor de venir todavía al mundo, como si quisiese retardar su nacimiento el mayor tiempo posible para no tener que acceder a un lugar tan desconocido e inhóspito. Con gran celeridad la pasaron a la consulta del ginecólogo y en un par de minutos la trasladaron al paritorio. Apenas tuvo tiempo de hacer una llamada a su marido informándole de que el advenimiento estaba próximo. Mientras viajaba en la camilla por los pasillos y vestíbulos se entretuvo en observar las diminutas y casi clandestinas celebraciones que se producían por todos los rincones del hospital, cuyos protagonistas eran en su mayoría los propios empleados. Después de casi siete días de retraso el momento le llegaba precisamente un 24 de Diciembre y eso la incomodaba ligeramente. Todo fue perfecto, según lo esperado, y en poco más de dos horas ya estaba en la habitación con su pequeño retoño en brazos y rodeada de varios miembros de su familia más cercana. En la cama de al lado, una mujer muy joven esperaba su turno para el quirófano. Su futuro primer hijo estaba en una mala posición y era precisa una cesárea. Estaba sola y muy nerviosa, por lo que tanto las enfermeras como los presentes en la estancia se turnaban para tranquilizarla. Cuando volvió tras la operación ya era de madrugada y toda la planta estaba en brazos de Morfeo.

    A primera hora del día siguiente, mientras le estaba dando el pecho a su recién nacido, trajeron al bebé de su compañera de cuarto. Nada más entrar en la alcoba, el pequeño ser que se alimentaba plácidamente giró la cabeza hacia el nuevo inquilino clavando sus aún invidentes ojos en él y comenzó a gritar estridentemente. Hubo que hacer ímprobos esfuerzos para tranquilizarlo, cosa que sólo se consiguió cuando introdujeron a la fuente de sus miedos en el pequeño capazo giratorio, volteándolo posteriormente al habitáculo anexo. Era el día de Navidad y ambas madres recibieron innumerables visitas. Había que hacer turnos para ver a los chiquillos, pues si se producía la concurrencia de ambos en la sala, el griterío que se formaba era ensordecedor. El día estuvo tranquilo y sólo fue alterado por el sobresalto que se produjo a última hora, cuando un hermano de la madre que había sufrido la intervención quirúrgica tenía en brazos al hijo recién nacido. En ese preciso instante el niño comenzó a ponerse rígido como una tabla y a pesar de ser tan pequeño, imprimió una enorme fuerza para intentar liberarse de las cálidas y familiares manos que lo sujetaban. El episodio terminó con el bebé de vuelta al regazo de su madre tras un abundante vómito de tonalidad verdosa que embadurnó la cara, alzacuellos y parte superior de la sotana del adulto. Dos días después ambas madres fueron dadas de alta y regresaron a sus respectivos hogares con sus príncipes. Recibieron gran cantidad de flores, felicitaciones y presentes.

   En un extremo de la ciudad uno de los retoños no se separa jamás de una paloma de lino blanco, de desconocida procedencia. Al otro extremo, la otra criatura atesora continuamente en sus manos un pequeño carnero de azabache con dos diminutos y brillantes rubíes por ojos.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Ejecución

Maridaje musical: "O mio bambino caro" (Maria Callas) Enlace Youtube

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Dos disparos, sólo dos disparos; pero enormemente precisos y certeros. Llevaba días con la sensación de que le estaban vigilando y aun así no tomó las medidas oportunas. Ya lo habían intentado en otras ocasiones sin éxito. Esta vez lo consiguieron. Un hombre apostado en la azotea del edificio frente al restaurante italiano en el que estaba cenando, esperó pacientemente su salida. Llegado el momento, apuntó con pulso firme hacia el ansiado objetivo y disparó dos veces antes de que se introdujera en el taxi con su acompañante.  La víctima y su propia esposa acabaron con el corazón destrozado. Al día siguiente aparecieron en portada de la mayor parte de periódicos y revistas. Él era demasiado importante y tenía muchos enemigos que le acechaban cobardemente, sin mostrar nunca sus caras. Como hienas a la espera de un descuido del cual aprovecharse para saltar sobre su presa y acabar con ella. Aquella noche cometió un error fatal, repitiendo visita al local donde ya había estado la semana anterior. En esas circunstancias jamás volvía al mismo lugar en tan breve espacio de tiempo; pero ella había insistido tanto que no tuvo el valor de negarle el capricho. Debería haber supuesto que estarían vigilando la zona, sin embargo el deseo y la atracción que sentía por esa mujer le debilitó, haciéndole bajar la guardia. Cayó en la trampa y lo pagó muy caro. Nunca más se recuperó tras aquel episodio; perdió el control de su empresa, se vio completamente arruinado y terminó por ser ingresado en un centro psiquiátrico a causa de las secuelas. El divorcio que inevitablemente se consumó tras la aparición de las dos fotografías captadas a la salida del restaurante en compañía de aquella bella señorita, así como el impacto mediático que produjo tal suceso en una persona que gozaba de una conducta presuntamente intachable, acabaron definitivamente con su vida.

martes, 13 de diciembre de 2011

La forma de las nubes

Maridaje musical: "Pokinoi" (Cirque du Soleil)

Entró en mi despacho acompañado de su madre. No había dicho una palabra desde que aconteció el terrible suceso. Todos los interrogatorios a los que había sido sometido no dieron ningún fruto. Ni siquiera un débil rayo de luz se había derramado sobre el oscuro acontecimiento acaecido dos semanas antes, que contribuyese a iluminar, aunque fuese tenuemente, el dantesco final que sufrieron una docena de muchachos que disfrutaban de un campamento veraniego. Todo lo que sabíamos era por boca de los cuidadores que fueron testigos auditivos del hecho. Lo único que podían argumentar, entre balbuceos, era que estaban en un momento de descanso después de comer. Esos pequeños instantes de tiempo libre que durante la digestión se les otorga a los chicos para que tengan un poco de intimidad, hablen de sus cosas y se desarrollen socialmente sin sentir la vigilancia de un adulto.

      Unos cuantos niños se habían reunido como cada día en una pequeña loma algo apartada de las tiendas de campaña, para jugar. Algunos estaban sentados; otros tumbados mirando hacia el cielo, cuando de repente y sin previo aviso la loma fue devorada por la niebla, dejando el resto de la pradera despejada. Inmediatamente comenzaron a oírse unos alaridos desgarradores. Parecía imposible que unas pueriles cuerdas vocales pudiesen generar tales sonidos. Fueron breves instantes que parecieron interminables. El resto del campamento tuvo actitudes encontradas: unos se alejaban de las nebulosas cortinas que delimitaban la cámara de los horrores; otros se quedaron inmóviles como estatuas de bronce y algunos de los monitores emprendieron veloz carrera hacia la colina gritando y llamando a los pequeños. Antes de llegar a su destino, con la misma rapidez con la que se había formado el nimbo, la escena se aclaró para todos. Nadie fue capaz de describirme lo que se encontraron, pues llegado este momento de la narración todos rompían a llorar sin acertar a articular palabra alguna. Los policías que procedieron a acordonar la zona antes de mi llegada también derramaban lágrimas ante la visión que tenían ante sí.

      Mi trabajo como comisario jefe me obligó a acercarme y puedo decir que el cuadro que contemplé fue la mayor pesadilla hecha realidad que puede resistir un ser humano. El promontorio, otrora verde, se había teñido de carmesí como si decenas de litros de pintura templada hubiesen sido derramados sobre jirones de… Ni siquiera tengo el valor de describirlo con más detalle. Sin embargo tenía el deber de intentar sacarle algo de información al único superviviente que había experimentado  desde el interior todo lo ocurrido. Un chico de tan sólo 7 años, tímido, solitario y a menudo presa de las bromas y burlas de los otros chicos del campamento, que vivía su especial protagonismo diario cuando se convertía en el director de actividades en lo alto de la pequeña montaña cual sumo sacerdote  en su particular santuario.

      El juego elegido para la ocasión era todo un misterio. Estuve con él en mi despacho más de una hora; empleé  inútilmente todas mis armas de seducción pues no pude arrancarle una sola palabra. Era como si le estuviese hablando a una carcasa humana de cera, inexpresiva y vacía. El trauma sufrido había sido enorme. Desistí de mi misión por ese día y le dejé marchar. Me quedé contemplándolo desde la ventana de mi despacho mientras salía del edificio y caminaba cogido de la mano de su madre. Apenas separaba la vista del suelo para mirar al cielo desconfiadamente y de reojo. Entonces tuve un momento de lucidez. ¿Cómo había podido ser tan torpe? Salí corriendo del despacho; bajé las escaleras de tres en tres recordando uno de mis juegos favoritos de cuando era pequeño: “Descubrir formas en las nubes”. El ganador era aquél que fuese capaz de imaginar el objeto o animal del mundo real con  mayor parecido a la silueta del cúmulo. Les alcancé cuando se disponían a subir al autobús y abordé al muchacho directamente, como si estuviésemos continuando una conversación telepática nunca iniciada verbalmente entre nosotros. Formulé mi propuesta de órdago a la maltrecha mente de nuestro protagonista cuando le dije:
   “Ese era también mi juego favorito. Por fin pudiste ganar a tus compañeros demostrándoles que eres mejor que ellos en algo. ¿Cuál fue la forma que imaginaste?
      El chico levantó la cabeza con una sonrisa traviesa. Al fin había encontrado a alguien que hablaba su mismo idioma y que le entendía. Con una frialdad que me heló la sangre me dijo: “Les vencí a todos con el gran dinosaurio.”  Entonces comprendí que el poder de la imaginación puede ser en ocasiones extraordinario.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Pequeñas acciones

Maridaje musical: "Lucifer" (Alan Parsons Project) Enlace youtube

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Aquella tarde me encontraba a la deriva por el inmenso océano de datos denominado Internet, cuando embarranqué en una ventana que surgió repentinamente frente a mi cara con el siguiente texto: “Emplee no más de 10 minutos en una pequeña tarea y reciba 500 euros”. Quizá por curiosidad, hice “clic” con el ratón en el botón de aceptar que me mostraba el monitor y de inmediato apareció ante mí un formulario. Decidí continuar hasta el previsible momento en el que se me solicitasen los datos de mi tarjeta de crédito. Cubrí el impreso electrónico identificándome con un pseudónimo inventado para la ocasión; marqué la casilla de aceptación de las condiciones y proporcioné una de las muchas direcciones electrónicas de las que dispongo para estos casos. Apenas medio minuto después de completar el registro, llegó  la primera comunicación a mi buzón con un intrigante encargo: “Estimado Coricionte: mañana, entre las 9:02 y las 9:04, debe vaciar la papelera señalada en el siguiente mapa de su barrio.”

Aquello me pareció verdaderamente increíble y he de confesar que me asustó un poco el hecho de que supiesen dónde vivía. Inmediatamente concluí que eso era debido a que habrían detectado la dirección IP de mi ordenador y a partir de ella sabrían la zona en la que resido. El correo estaba remitido por Lucy@onreva.com.  Procedí a buscar en la red un propietario, pero una y otra vez me daba de bruces con el siguiente  mensaje: “La búsqueda no produjo resultados”.  Esa noche me fui a la cama con una sensación de cierta intranquilidad que se disolvió completamente con la llegada del nuevo día.

A la mañana siguiente, quiso el azar que tras dejar a mi hija en el colegio, cuando apenas eran las 9 de la mañana, pasase justo al lado de una solitaria papelera cuya ubicación conocía por el mapa recibido. Con renovado brío me dispuse a retomar la broma y aprovechando la soledad del lugar en esos momentos, solté la tapa de abajo dejando caer un montón de papeles y basura al suelo. Eran las 9:03 por el reloj de mi móvil y se dio la circunstancia de que no hubo testigos de mi gamberrada urbana. Mientras me dirigía al trabajo, algunos remordimientos asaltaron mi ánimo pero desaparecieron en el momento en el que la diaria vorágine laboral requirió toda mi atención. Al retornar al hogar a última hora de la tarde, olvidada ya la travesura matutina, mi esposa me tendió un sobre dirigido a mí que no tenía remitente. En su interior había un décimo de lotería del sorteo celebrado el día anterior. Con una inquietante sospecha acudí lo más rápido que pude a mi ordenador para comprobar el boleto y me quedé petrificado al conocer el premio obtenido: 500 euros. Aquello no podía ser casualidad, así que envié un “email” a Lucy para pedirle explicaciones; pero el mensaje volvía rebotado a mi bandeja de entrada indicando que el destinatario no existía. Esa noche apenas pude pegar ojo y los escasos momentos de reposo estuvieron presididos por terribles pesadillas.

Una vez más, como en la jornada anterior, el nuevo día me devolvió la tranquilidad. Decidido a aprovechar convenientemente el premio recién cobrado me dispuse a darme un pequeño homenaje en forma de desayuno mientras hojeaba el periódico de manera distraída. La taza de café se me cayó de las manos al leer el titular: “Empleado municipal se suicida por una papelera”. Devoré literalmente las palabras que desarrollaban la noticia para comprobar que el individuo se había descerebrado de un disparo, debido a su despido por haber vaciado una papelera. Por lo visto, el hombre ya había sido sancionado en diversas ocasiones por pequeños sabotajes similares y aunque su conducta parecía reconducida, esta última acción fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de las autoridades municipales. Apenas tuve tiempo de llegar a los servicios de la cafetería para vomitar todo el desayuno mientras lloraba como un niño. Me dirigí a la oficina con la intención de no desistir hasta averiguar la auténtica identidad de la tal Lucy. Todos mis intentos fueron en vano. Perdí la noción del tiempo; en situación de trance; absolutamente absorto leyendo una y otra vez, obsesivamente, la fatídica dirección electrónica. Finalmente el terror se apoderó de mí cuando, jugando con las letras, acerté a leer  en sentido inverso la palabra tras la arroba: onreva. “Lucy” no era una chica; ni siquiera era de este mundo. Esa misma noche recibí en mi bandeja de correo el contrato permanente que había contraído con mi infernal patrón, al aceptar las condiciones y ejecutar la primera “pequeña acción”.

Desde ese día muchas otras me han sido encomendadas periódicamente. He dejado mi trabajo de oficina y dispongo de un enorme desahogo económico fruto de mis servicios. A cambio un fuego abrasador, avivado por las consecuencias de mis “inocentes actos”, me consume por dentro, me asfixia, me obliga a mantener vivo el cuerpo, muerto el espíritu: como un zombie al servicio del mismísimo Lucy..fer.