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Se contemplaba en el espejo con una sonrisa triunfal. Le iba como un auténtico guante. Definitivamente, ese vestido estaba hecho para ella. Desde el momento en que lo vio colgado en la percha del establecimiento, casi completamente oculto entre sus otros compañeros textiles, supo que tenía que llevárselo a casa. De hecho, estaba segura de que había sido atraída ante la presencia de la prenda por obra de un extraño embrujo.
Esa jornada, a primera hora de la mañana,
salió de casa sin rumbo fijo. Disponía de unas horas libres y como el día había
amanecido hermoso y soleado, decidió pasear por la ciudad. Miraba escaparates
distraídamente mientras saboreaba un helado de pistacho, cuando sin saber muy
bien la razón entró en la tienda de moda. Seguramente los enormes carteles que
casi forraban la entrada con la palabra “REBAJAS”, tuvieron mucho que ver en su
decisión. Acababan de abrir y tan solo la encargada se encontraba en el
interior, abriendo unas cajas de cartón con la ayuda de unas tijeras;
extrayendo ropa para colocarla en las estanterías. Se avecinaba una intensa
actividad laboral, pues era el primer día de rebajas.
Miraba, sin ver, unas sandalias, cuando
sintió claramente un cálido aliento; un tenue susurro en el lóbulo de su oreja
izquierda. Giró la cara bruscamente con un gesto de sorpresa.
Entonces lo vio en todo su esplendor: ante sus ojos, un primaveral vestido
estampado en flores de vivos colores, asomaba ligeramente y le hacía un
guiño desde una marcial fila de perchas
con otras ropas que a su lado parecían completamente deslavadas. Se acercó
rápidamente y no pudo resistirse a tocarlo. Fue la propia tela la que acarició
su mano y ese primer contacto le proporcionó un sentimiento desconocido. Eso
debía de ser lo más parecido a lo que todos los que se han enamorado, dicen
haber experimentado la primera vez que entrelazaron las manos con su media
naranja. En ese momento se quedó literalmente “prendada.”
No tenía suficiente dinero en efectivo y en
rebajas hacían un descuento adicional si no se pagaba con tarjeta. Así que se
acercó al cajero más próximo tras pedirle a la dependienta que le
apartase durante unos minutos el recién “tejido” amor de su vida. Con cada paso
del pequeño trayecto hacia la entidad bancaria, se incrementaba en ella un
sentimiento de nostalgia y apenas podía reprimir el deseo de dar media vuelta. Finalmente,
extrajo la necesaria pecunia y voló de nuevo al comercio.
Se le borró la sonrisa de la boca cuando
contempló el cuadro que se mostraba ante sus ojos: La que debía custodiar el
preciado tesoro hasta su vuelta, se lo había enfundado y presenciaba absorta la
excelsa figura de su cuerpo que le devolvía el espejo del probador. Se sintió
como si le hubiesen arrebatado la razón de su existencia y tuvo que hacer
ímprobos esfuerzos para no arrancarle la vestimenta a la culpable de inducir al
adulterio a su amado. Durante unos instantes creyó perder la percepción de la
realidad ante tamaña traición. Trató de conservar la calma y al fin logró persuadir a su rival para que le devolviese
la prenda.
Ahora, fascinada ante el espejo del armario
de su habitación mientras se convencía de que todo había merecido la pena, dejó
escapar una ahogada exclamación al contemplar el pequeño orificio enmarcado con sangre que descubrió en la parte baja
del vestido, a la altura del muslo. Como el goteo que inicia un fuerte aguacero
veraniego, se hicieron visibles otros muchos, todos ellos con un mismo cerco
escarlata, que quedaban disimulados entre las estampaciones florales. Temió
encontrase gravemente herida, pero tras un fugaz reconocimiento sólo halló en
sus carnes unos tenues trazos rosáceos debido a los recientes arañazos
sufridos. Simultáneamente, en una tienda de modas cercana, unos madrugadores
clientes acababan de encontrar en uno de los probadores a una mujer en ropa
interior, plagada de finos guiones carmesí de los que aún manaban pequeños
hilillos de fluido vital que la arropaban con un manto rojo. A su vera, unas
pequeñas tijeras de costura se delataban como el arma homicida.
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