Llegó el momento esperado. Ya no había posibilidad de
echarse atrás. Ella respiraba con movimientos tensos, ligeramente sonoros e
inspiraciones no demasiado profundas. Lo miraba con un gesto mezcla de
sorpresa, anhelo y culpabilidad. Daba la impresión de que presentía todo lo que
estaba a punto de ocurrir. Él sabía muy bien qué debía decir; lo había ensayado
infinidad de ocasiones, repitiendo las palabras una vez tras otra hasta el
paroxismo. No podía permitir quedarse en blanco precisamente ahora. La tenía
frente a él, esperando, interrogándole con la mirada. Tragó saliva; tenía la
garganta completamente reseca. Tomó un breve sorbo del vaso de agua que se
erguía firmemente en la mesa, entre las dos tazas de café que se acababan de
tomar. Se puso a acariciar el mantel de paño, sintiendo en las yemas de sus
dedos el leve cosquilleo producido por los diminutos cristales de azúcar que se
habían derramado antes, al abrir el sobre con exceso de brusquedad. Buscaba la
primera palabra de su pequeño discurso largamente estudiado. Varias veces en
esos escasos veinte segundos de espera estuvo a punto de arruinarlo todo, de levantarse
bruscamente y salir corriendo. Sus latidos se sucedían tan próximos que tenía
la sensación de que se apelotonaban y superponían, como si varios corazones se
contrajeran y dilataran en sístole y diástole coral. Sentía que si levantaba la
cabeza de la tela que cubría la mesa no podría decir nada. Balbuceó las
primeras sílabas con la mirada baja, alternando tartamudeos con extrañas
sinalefas que a punto estuvieron de hacerle descarrilar; pero tras los titubeos
iniciales logró serenarse lo suficiente como para decírselo todo mirándola a la
cara. Fue adquiriendo seguridad a medida que avanzaba y cerca del final se
atrevió a tomarla de la mano, improvisando una acción que no había calculado previamente.
Sólo quedaba aguardar su reacción… y confiar en que fuese la esperada. Tras un estruendoso
silencio en el que se la veía sufriendo las consecuencias de una encarnizada
lucha interior entre la razón y el corazón, depositó un pequeño beso cargado de
pasión en sus labios, poniendo punto final a la escena.
La ovación del público,
puesto en pie, fue atronadora. Algunos no eran capaces de aplaudir pues tenían
sus manos ocupadas secándose el rostro con blancos pañuelos. Otros palmoteaban
asíncronamente, más concentrados en contener el torrente de lágrimas que se
asomaba a sus ojos. En el escenario, los dos protagonistas saludaban
inmensamente satisfechos. Era la primera vez que él se ponía ante un público
tan numeroso y la prueba había sido superada con éxito. Estaba seguro
de que a partir de ese momento todo sería mucho más sencillo.
Mientras se daba
una merecida ducha en su camerino, repasó todo lo que había sucedido minutos
antes y no pudo evitar exclamar en voz alta, poniendo sonido al indescriptible
placer que proporciona el reconocimiento sincero del público:
-
¡Qué
delicia!
Entonces reparó en que tras esas palabras no
estaba exactamente el sentimiento que suponía. Aún percibía el sabor de sus
labios; sus dedos todavía conservaban muy vívidamente el recuerdo del tacto con su piel y tenía el
corazón encogido. En adelante sería su presencia sentada a su lado, y no el
público, lo que le aceleraría el pulso. Pero estaba firmemente decidido: Tenía
seis funciones por delante para enamorarla.
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