Nunca olvidaré ese día. Lo tengo grabado a fuego en mi interior y a mis
labios, aún hoy, acuden esporádicas reminiscencias de aquella sensación. Tenía
catorce años y hacía apenas unas horas que me había declarado a una compañera
del instituto. Siempre he sido muy tímido y no sé de dónde saqué las fuerzas
para manifestarle mis sentimientos. Mi sorpresa fue en aumento cuando ante mi
pregunta de si quería salir conmigo, ella me respondió sin titubear: ¡Sí!, y se
fue corriendo hacia el aula. Yo me quedé helado, como una estatua que hubiera
sido erigida en medio del pasillo en memoria del alumnado. Después, durante la
clase de Matemáticas, percibí por detrás ciertas risas y cuchicheos secretos
entre ella y su compañera de pupitre. Estaba convencido de que me habían tomado
el pelo y me avergoncé de mi osadía. En ese momento me hubiese gustado ser
invisible. ¡Claro! ¡Cómo iba a fijarse en mí un ángel como aquel!
Al terminar la jornada docente salí
disparado. Tenía la impresión de que
todos sabían lo ocurrido y se burlaban, señalándome como el ingenuo que se
había atrevido a confesarle su amor a la más guapa de la clase. Cuando me consideré a salvo de todas las miradas aminoré el paso y de nuevo me
atacó el rubor con tal intensidad que me hizo llorar en silencio. Así fue como
ella me sorprendió por detrás y me preguntó si quería ir a su casa aquella
tarde para hacer juntos los deberes. ¡No me lo podía creer..! Supongo que leyó
la respuesta en mi cara y no me dejó manifestarla verbalmente. Con una adorable
sonrisa me dijo: “Te espero a las seis”. No hacía falta que me diera la
dirección; yo era capaz de hacer el camino con los ojos vendados, merced a las
veces que me había imaginado dirigiéndome hacia allí.
A las seis en punto toqué el timbre de su
puerta con los nervios propios del que va al dentista por primera vez para que
le saquen una muela. Me abrió su madre y me acompañó al salón. “¡Enseguida
llega Alicia!, ¡Ponte cómodo!”, me dijo. No hice más que sentarme en el amplio
sofá cuando todo se desarrolló repentinamente. Me agarró por los hombros y me
echó hacia atrás al abalanzarse sobre mí; plantó sus labios sobre los míos en
el preciso instante en el que yo los apretaba fuertemente; percibí un
desagradable aliento, fruto de la mezcla de tabaco y alcohol, junto con el
tacto de una áspera lengua que hurgaba como una ganzúa intentando abrir mi
cancelada boca. Un leve mordisco hizo que bajase la guardia, momento que fue
aprovechado para que su “sinhueso” ingresase por fin en mi cavidad bucal,
inyectándome repugnantes babas.
Así, en un descuido, me robaron mi primer beso. Es cierto que ése nunca se olvida y yo, lamentablemente, siempre lo recordaré.
Así, en un descuido, me robaron mi primer beso. Es cierto que ése nunca se olvida y yo, lamentablemente, siempre lo recordaré.
P-p-pero... fue el "ángel" que tanto te gustaba quien te dio su primer beso y olía a tabaco y alcohol? O fue su madre? xD creo que no lo acabo de entender muy bien, bueno, más que eso... no me imagino, si es que fue la chica que te gustaba, como es que estuviste enamorado de ella sin darte cuenta de que fumaba y bebía O.o
ResponderEliminarHola;
ResponderEliminarEl primer beso se lo robó la madre del "angel" al protagonista, mientas éste se disponía a esperar a que llegase aquél.