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¡Mira
por donde...! Después de tantos años juntos, hoy es la primera vez que te traigo flores. Sé que no he sido nunca muy
expresivo y siempre me supuso demasiado esfuerzo manifestar mis sentimientos
hacia ti. Pero aunque ambos sabemos que ya es demasiado tarde para recuperar el
tiempo perdido, he venido a verte con el convencimiento de que hoy sí escucharás
sin interrupción alguna todo lo que tengo que decirte. Después me iré, con el
alma destrozada, para no volver. No espero que intentes detenerme; esta vez no
podrás. Ya no recibirás más llamadas mías pidiéndote una nueva oportunidad.
¿Cuántas me has dado..? Sí, lo sé…
¡Todas las que te he solicitado! Además, cada una de las veces habrías jurado
que sería la última, pero no porque no tuvieses intención de concederme más,
sino porque estabas absolutamente segura, más que yo mismo, de que se operaría
en mí el cambio que te prometía una y otra vez. Me he pasado la vida a tu lado
cometiendo continuamente el mismo error. No fui consciente de ello hasta el día
en que me dijiste que preferías mil veces la infidelidad; que el dolor sería
más llevadero si la razón de mi distanciamiento fuese otra mujer. Sin embargo
sabías que nunca he amado ni amaré a nadie más que a ti y eso en lugar de satisfacerte
te torturaba. El amor y la atención a una esposa no deben competir con el
trabajo y, en nuestro caso, éste último resultaba vencedor en todas las ocasiones
en las que entraba en conflicto con aquellos. No puedo reprocharte que acabaras
por cansarte y rendirte a la evidencia de que nunca podría corregirme. Finalmente
he aprendido la lección, aunque eso ya resulte inútil para hacer que vuelvas a
mi lado.
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¡Adiós
Elena...!, debo irme ya. Nuestra hermosa hija me espera en el coche; te manda
muchos besos. Prefiere recordarte tal como eras y no puede soportar tener que
hablarle a una lápida de mármol.
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