Tenía catorce años cuando se dio cuenta del don que poseía. Fue de
manera casual, en la finca de su abuelo. Era principio de Octubre y ese año la
cosecha de manzanas iba algo retrasada merced a una primavera más fría de lo
habitual. Los árboles, no obstante, estaban cargadísimos y las ramas se
doblaban en solemnes reverencias a causa del peso que tenían que soportar.
Adoraba el olor que cada año por esas fechas inundaba el ambiente alrededor de
la casa.
Salió corriendo después de desayunar y
aspiró profundamente, extasiado. Se acercó al árbol más próximo y fue
olfateando con intensidad todas las frutas que estaban al alcance de su mano,
mientras las acariciaba. Luego vino el siguiente y antes de comenzar con el
tercero se sintió enormemente saciado, con un gusto a manzana que impregnaba
todo su interior. A los pocos minutos, observó con estupor cómo se marchitaban
todas las piezas frutales que había tocado y olido. Podía verlas consumirse y
convertirse en manzanas “pasas”. ¿Qué clase de epidemia se estaba extendiendo
con tal rapidez y capricho, afectando sólo a algunas y dejando intactas el
resto? Sospechando la razón de esa sorprendente transformación pútrida, tomó una
nueva manzana, inspiró su aroma y sintió su tacto en los dedos. Nuevamente,
tras breves instantes, ésta sufrió el mismo proceso que sus “hermanas”. Esa
noche no cenó; tenía claros síntomas de indigestión. Sus Padres lo achacaron al
enorme atracón de manzanas que se había pegado y nunca supieron del
extraordinario suceso, pues él se encargó de deshacerse de las frutas
“consumidas”.
Jamás osó revelar a nadie su capacidad de
substituir a voluntad el sentido del gusto por la combinación olfato-tacto. En
presencia de otros se alimentaba de manera tradicional pero cuando estaba sólo
le encantaba experimentar. Era capaz de dejar un sangrante filete como una
suela de zapato raída y seca; de convertir un jugoso trozo de pescado en una
especie de masa pegajosa e informe; de tornar un plato de cocido en un conjunto
de carnes y legumbres desecadas. Todo ello aplicando en cada caso nariz y manos
simultáneamente; apropiándose mediante esa técnica de las propiedades y
vitaminas de los alimentos como si hubiesen sido ingeridos por vía esofágica.
Con el fin de la pubertad, desapareció
también la curiosa cualidad alimentaria. Al principio la echaba de menos pero
pronto lo agradeció. Se sentía cansado de guardar el secreto y más de una vez
había meditado revelarlo, lo que sin duda le habría convertido en un valioso
objeto de estudio, arruinando su vida.
Se enamoró muchas veces y por fin conoció a
la que habría de ser su primera novia. Con ella descubrió el amor
correspondido, la sensación del primer beso, el ardor de las caricias en la
piel. Finalmente, una tarde de otoño, hicieron el amor. Para ambos era la
primera vez y se dejaron llevar por sus instintos. Fue un aluvión de besos,
caricias, suspiros, inhalaciones,…impregnados de amor, sexo y sudor. Él quedó
completamente exhausto sobre la cama, con cara de felicidad suprema, mirando el
techo de la habitación que habían alquilado para dar rienda suelta a sus
pasiones. Se sentía pleno y satisfecho. Pasados unos minutos giró la cabeza
hacia su amada para tratar de describirle lo vivido y compartir impresiones. La
horrible momia en la que se había transformado lo dejó completamente
petrificado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario