martes, 4 de septiembre de 2012

Sentidos



Tenía catorce años cuando se dio cuenta del don que poseía. Fue de manera casual, en la finca de su abuelo. Era principio de Octubre y ese año la cosecha de manzanas iba algo retrasada merced a una primavera más fría de lo habitual. Los árboles, no obstante, estaban cargadísimos y las ramas se doblaban en solemnes reverencias a causa del peso que tenían que soportar. Adoraba el olor que cada año por esas fechas inundaba el ambiente alrededor de la casa. 

Salió corriendo después de desayunar y aspiró profundamente, extasiado. Se acercó al árbol más próximo y fue olfateando con intensidad todas las frutas que estaban al alcance de su mano, mientras las acariciaba. Luego vino el siguiente y antes de comenzar con el tercero se sintió enormemente saciado, con un gusto a manzana que impregnaba todo su interior. A los pocos minutos, observó con estupor cómo se marchitaban todas las piezas frutales que había tocado y olido. Podía verlas consumirse y convertirse en manzanas “pasas”. ¿Qué clase de epidemia se estaba extendiendo con tal rapidez y capricho, afectando sólo a algunas y dejando intactas el resto? Sospechando la razón de esa sorprendente transformación pútrida, tomó una nueva manzana, inspiró su aroma y sintió su tacto en los dedos. Nuevamente, tras breves instantes, ésta sufrió el mismo proceso que sus “hermanas”. Esa noche no cenó; tenía claros síntomas de indigestión. Sus Padres lo achacaron al enorme atracón de manzanas que se había pegado y nunca supieron del extraordinario suceso, pues él se encargó de deshacerse de las frutas “consumidas”.

Jamás osó revelar a nadie su capacidad de substituir a voluntad el sentido del gusto por la combinación olfato-tacto. En presencia de otros se alimentaba de manera tradicional pero cuando estaba sólo le encantaba experimentar. Era capaz de dejar un sangrante filete como una suela de zapato raída y seca; de convertir un jugoso trozo de pescado en una especie de masa pegajosa e informe; de tornar un plato de cocido en un conjunto de carnes y legumbres desecadas. Todo ello aplicando en cada caso nariz y manos simultáneamente; apropiándose mediante esa técnica de las propiedades y vitaminas de los alimentos como si hubiesen sido ingeridos por vía esofágica.

Con el fin de la pubertad, desapareció también la curiosa cualidad alimentaria. Al principio la echaba de menos pero pronto lo agradeció. Se sentía cansado de guardar el secreto y más de una vez había meditado revelarlo, lo que sin duda le habría convertido en un valioso objeto de estudio, arruinando su vida. 

Se enamoró muchas veces y por fin conoció a la que habría de ser su primera novia. Con ella descubrió el amor correspondido, la sensación del primer beso, el ardor de las caricias en la piel. Finalmente, una tarde de otoño, hicieron el amor. Para ambos era la primera vez y se dejaron llevar por sus instintos. Fue un aluvión de besos, caricias, suspiros, inhalaciones,…impregnados de amor, sexo y sudor. Él quedó completamente exhausto sobre la cama, con cara de felicidad suprema, mirando el techo de la habitación que habían alquilado para dar rienda suelta a sus pasiones. Se sentía pleno y satisfecho. Pasados unos minutos giró la cabeza hacia su amada para tratar de describirle lo vivido y compartir impresiones. La horrible momia en la que se había transformado lo dejó completamente petrificado.

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