domingo, 14 de octubre de 2012

Balance final

Maridaje musical: "In the air tonight" (Phlil Collins) enlace yotube



El griterío producía escalofríos. Ante sus ojos se dibujaba un amasijo de hierros, sazonado con carne y vísceras, que le erizaba el corazón. Durante los primeros segundos, afectado por el shock, no hizo otra cosa que deambular de un lado a otro del vagón, ajeno al entorno de desolación que se le presentaba. Recordaba estar adormecido cuando salió despedido de su asiento golpeándose la cabeza al colisionar con el pasajero que ocupaba la plaza frente a él. Quedó momentaneamente aturdido al lado de un cuerpo inerte; sin saber a ciencia cierta si lo que estaba viviendo era real o una horrible pesadilla. Experimentó un leve mareo al levantarse y comprobó que tenía una brecha en la ceja como consecuencia del impacto.

                Una vez que se serenó, se puso un pañuelo a modo de venda y comenzó a prestar los primeros auxilios. Como médico estaba capacitado para valorar la situación de los heridos, cumpliendo a rajatabla la norma de atender primero a aquellos que tenían alguna posibilidad, para posteriormente ocuparse de los que consideraba prácticamente desahuciados. Otros viajeros colaboraban en la tarea, obedeciendo escrupulosamente sus órdenes.

                Estaba tan impresionado por el suceso, a la par que concentrado socorriendo a las víctimas, que le llevó un tiempo reparar en que viajaba acompañado de su reciente esposa. De hecho, precisamente estaban disfrutando de su luna de miel en el Orient Express. Empezó a llamarla de modo desesperado hasta que una débil respuesta le vino del pasillo que llevaba a los lujosos baños.  La encontró tendida boca arriba, con una fuerte  hemorragia en el muslo además de otros dos pequeños regueros de sangre que manaban de nariz y oídos. Mientras se disponía a ayudarla, sus ojos se posaron en un cuerpo cianótico que pertenecía a un bebé de no más de un año. Además de la coloración azul el pequeño también sufría convulsiones. Se le presentó entonces un terrible dilema: ¿De quién debía ocuparse en primer lugar?  Sabía perfectamente la respuesta, pero en su caso ésta era extremadamente difícil de aceptar. No obstante, se mantuvo fiel a su juramento hipocrático, centrándose en el niño hasta que otro médico le dio puntual relevo en la labor de reanimación. Para cuando volvió con su amada era ya demasiado tarde y tan sólo pudo despedirse de ella con un apasionado beso que no obtuvo recíproca respuesta.

                Fueron treinta y seis los fallecidos en el fatal accidente, entre los que también se encontraban los padres de la criatura. Ligados, al haber sufrido ambos la pérdida de lo más preciado, se convirtió en su tutor y le proporcionó sustento hasta que alcanzó la mayoría de edad. A partir de ese momento fueron perdiendo el contacto de forma paulatina. 

Por su parte, aquel siniestro día supuso el inicio de una macabra competición contra la muerte, cuyo objetivo era tratar de retrasarle la apropiación de la mayor cantidad de almas que pudiese. Se entregó de pleno a la investigación médica, aplicando novedosos tratamientos y realizando arriesgadas intervenciones a pacientes terminales para conseguir su completa recuperación. Hasta hoy había salvado nada menos que a noventa y ocho personas. Eso le daba un saldo a favor de sesenta y dos, por lo que no tuvo más remedio que aceptar el hecho de que en realidad la pérdida de su mujer había sido beneficiosa para el mundo, aunque para él hubiese significado condenarse voluntariamente a una esclavitud al servicio de la sociedad. Se sintió inquietamente feliz por la victoria en tan singular partida e inició el esbozo de una sonrisa triunfal que no llegó a completarse, debido a la fotografía que mostraba en ese instante el televisor de la cafetería del hospital: Su "protegido" era el autor de una matanza provocada mediante un devastador ataque suicida. El balance de víctimas inocentes alcanzaba precisamente la cifra de sesenta y dos, a las que había que sumar una muerte más: la del propio terrorista.

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