viernes, 4 de octubre de 2013

Maldición

Maridaje musical: "Once upon a time in America" (Ennio Morricone) enlace youtube


Contempla la ciudad desde la azotea, subido en el murete de piedra que remata el edificio. Le encanta sentir el frescor en el rostro, causado por una brisa que asciende desde las copas de los árboles del parque de enfrente y que se llega hasta el piso cincuenta, para acariciar sus mejillas y mesarle el pelo con la ternura de una mano invisible. Un soplo que la naturaleza le proporciona cada día, como si conociese su desdicha. Se acomoda en el borde, dejando los pies colgando hacia el vacío, relajados, igual que péndulos de un viejo reloj de pared y se dedica a su vigilancia cotidiana; alerta; a la escucha; atento a cualquier movimiento.

     Desea tener una vida normal: conocer el miedo, el dolor físico; disfrutar del amor correspondido. Todo eso le está vetado. Ha maldecido una infinidad de veces el momento en el que decidió confesar lo que toda su familia sospechaba, pero no se atrevía a creer, ni mucho menos a decir. Los indicios de sus extraordinarios poderes llegaron a ser tan abundantes que no pudo ocultarlo por más tiempo. Levantar a la edad de dos años la cama del cuarto de sus padres para coger una pelotita que había rodado debajo; escuchar con nitidez conversaciones de los vecinos del inmueble del otro lado de la calle o leer con toda claridad un periódico situado a más de veinte metros, podían pasar a duras penas por cualidades de un niño superdotado. Pero el hecho de ser atropellado por un automóvil sin sufrir fractura alguna, se volvió un suceso imposible a la vista del estado en el que quedó el coche tras el impacto con su cuerpo. Ahí se desató su calvario. Comenzó una época de investigaciones en torno a su organismo en las que le hicieron multitud de pruebas de todo tipo y condición: estudios genéticos, punciones corporales para sacar muestras de tejidos, test de fuerza, de resistencia, de potencia… Toda esa infinidad de experimentos le privaron de una infancia a la que tenía todo el derecho. 

            Aquella condena sin culpa que redimir, se prolongó hasta que alcanzó la mayoría de edad. A partir de ese momento no pudieron retenerlo más y tuvieron que dejarlo en “libertad”. Pero se trataba de una libertad ficticia, condicional. Se inició  entonces una nueva condena aún peor que la anterior, impuesta por él mismo: Alejarse de todo vestigio humano y recluirse en un lugar recóndito durante cuatro largos años. A su vuelta tomó la única opción que sus propias entrañas le ofrecieron: vivir al servicio del prójimo al igual que todos los superhéroes que conoció en su niñez mientras vagaba entre salas de hospital y laboratorios clínicos. Personajes que habitaban en los comics cuyas andanzas iban a constituir la profecía de su propia vida.


Se convirtió por sus actos en el ser más admirado y querido del universo. Construyó un inmenso lazo afectivo con la totalidad de la humanidad, por el que se intercambian buenas acciones y cariño anónimo en un trueque desigual. Recibe un inmenso amor huérfano, desprovisto del calor de un beso; carente de la magia que supone una simple caricia. Su maldición es tal, que ni siquiera hay en el mundo un antagonista de su nivel contra el cual medirse, justificando así su existencia. 

Todos le admiran sin sospechar que se cambiaría de inmediato por cualquiera de ellos. Despojarse de sus superpoderes, aunque sea para llevar la más miserable de las vidas mundanas, es su mayor deseo. Sin embargo sabe que nunca le será concedido.

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