lunes, 25 de febrero de 2013

Fundido y relajado

Maridaje musical: "The Mystic Dream" (Loreena McKennitt) enlace youtube





Entró arrastrando los pies y se derramó sobre la única silla libre del establecimiento. No se creía capaz de dar un paso más. De hecho, ni se percató de que había tomado asiento con la mochila a cuestas. Mientras la descolgaba hacia el suelo en un ejercicio de contorsionista, para no tener que levantarse de nuevo, el camarero se acercó para preguntarle si deseaba tomar algo. 

-          Una cerveza…, por favor…

 acertó a decir entre lamentos y quejidos. 

Durante los dos minutos de espera, procedió a leer la pizarra que había detrás del mostrador con una letanía de bocadillos de todo tipo dibujada con perfectos trazos de tiza blanca. Cuando le trajeron la consumición, completó su menú pidiendo uno de tortilla de jamón.

Tenía los pies absolutamente destrozados y ni siquiera sabía a ciencia cierta dónde se encontraba. Comenzaba a convencerse de que había sido una temeridad embarcarse en ese camino en solitario. Todo por una apuesta formulada bajo los efectos del alcohol. Atravesar andando toda España, desde el Cabo de Peñas hasta Tarifa, en tan sólo dos semanas, se le antojaba ahora imposible. Sólo habían pasado cinco jornadas y se sentía exhausto; pero lo peor era ese tremendo dolor a cada paso, como si estuviese caminando sobre un sendero de clavos al rojo vivo. Era tal la necesidad de alivio que no pudo reprimir el deseo de arrancarse botas y calcetines, sin darse cuenta de que era el centro de atención de todos los presentes en la pequeña tasca. Se hizo un expectante silencio y de la mesa contigua le llegó, como una ligera brisa, una pregunta: 

-          ¿De dónde vienes chico?

Miró hacia la fuente de aquellas palabras y se encontró con una afable sonrisa, enmarcada por una cara amable, regordeta y de piel suave.

-          Vengo de Asturias y me dirijo a Tarifa.

-          Pues con esos pies no llegarás muy lejos.

Con un gesto de resignado asentimiento, comenzó a devorar el bocadillo. Entretanto, el hombre de bondadoso aspecto, le tendió una tarjeta a la vez que el resto de la clientela reanudaba apresuradamente sus interrumpidas y banales conversaciones. 

-          ¿De verdad es usted masajista?, ¡no me  lo puedo creer…!

-          Así es muchacho, y muy bueno por cierto. Puedes preguntar a cualquiera de los presentes. Todos son clientes. Creo… que podría hacer algo por tus maltrechos pies. ¡No te preocupes!, no te cobraré nada. Considéralo como un favor hacia un visitante. ¡Pasan tan pocos por aquí últimamente…!

Mientras meditaba sobre la irresistible propuesta que le acababan de hacer, tuvo la sensación de que todos estaban pendientes de su respuesta e incluso creyó percibir alguna furtiva mirada, rápidamente corregida en un fugaz quiebro al sentirse sorprendida. Declinar la oferta significaba abandonar y volver derrotado. Fue su amor propio el que decidió y tras saciar convenientemente su apetito, siguió a su reciente “amigo” hasta su vivienda, que también hacía las veces de “consulta”. 

                Ingresó en una sala empapelada de diplomas, con una camilla en el centro y dos muebles repletos de frascos, toallas y botes de crema. Su anfitrión le dijo:

-          Vete desvistiéndote mientras yo me cambio de atuendo. Luego te tumbas en la camilla. Aunque quizá prefieras ducharte antes…

-          ¡Sí, por favor!  Llevo todo el día caminando y me vendría de perlas.

Después de la reparadora ducha se sintió mucho mejor. A la salida del baño se dio de bruces con el propietario de la “familiar” sonrisa, que lo acompaño hasta la sala de masaje y volvió a ausentarse. Durante la espera se entretuvo en curiosear los armarios. Entre los ungüentos, linimentos y demás substancias típicas de un lugar como aquél, le llamó la atención un enorme recipiente de cerámica cerrado bajo llave. Fue sorprendido con la nariz pegada al cristal, tratando de leer el ininteligible rótulo que supuestamente daba nombre a su contenido. Las palabras le impactaron en la espalda:

-          Se trata de  una crema hidratante y rejuvenecedora de mi invención, con ingredientes secretos 

A punto estuvo de romper el vidrio con la frente, debido al susto. Posteriormente, un cálido rubor asomó a sus mejillas acompañado por una pequeña risita nerviosa de culpabilidad. No obstante la conversación se desarrolló en tono tranquilo:

-          No te preocupes, estoy acostumbrado a que ese tarro suscite la curiosidad de todos los que vienen por primera vez. La viscosa pasta que atesora es lo que más demandan mis clientes, en su mayoría personas de cierta edad, que desean sin embargo tener un aspecto juvenil. ¡Y parece que funciona muy bien! Yo mismo me la echo con frecuencia. ¡Nadie diría que tengo más de ochenta “tacos”! ¿Verdad?

-          ¡Ciertamente! No aparenta más de cincuenta…

-          Bueno, amigo, quizá por fuera no, pero como se suele decir: ¡la procesión va por dentro! En fin…; vamos a ver esos pies; túmbate en la camilla.

Se recostó boca arriba y el masajista comenzó a trabajar en su pie derecho. El tacto era delicado y muy relajante. Empezó por el talón, aplicando un ungüento mentolado mediante fricción de abajo hacia arriba. Al principio sintió un fuerte dolor que fue aplacándose poco a poco hasta quedar completamente extinguido, como si las expertas manos lo hubiesen extraído desde el propio tuétano de los huesos. Después se inició una sinfonía de sensaciones placenteras que le hicieron cerrar los ojos para disfrutar con mayor intensidad del momento.  Una vez que terminó con los pies, continuó hacia arriba, escalando por sus piernas. Le dejó hacer a su antojo y se entregó al placer. A medida que avanzaba el masaje, sus extremidades inferiores se tornaban cada vez más livianas. Era tal el relax, que realmente ni las notaba. Se derretía ante el inmenso bienestar que estaba experimentando.
   
Tras las piernas, le regaló el mismo tratamiento a los brazos; primero uno y luego el otro. Entonces comenzó a percibir el desagradable olor: un aroma grasiento, como de mantequilla rancia levemente tostada. Simultáneamente el masaje cesó sin previo aviso. Mantuvo un tiempo los ojos cerrados, disfrutando de la paz interior que sentía y de la enorme ligereza de su cuerpo. Cuando estuvo convencido del final de tan agradable experiencia corporal, los abrió para comprobar cómo su “afable” terapeuta, enormemente excitado, rebañaba de la superficie de la camilla gruesos grumos de una substancia gelatinosa, densa y ligeramente rosácea. Trató de levantarse pero le fue del todo imposible. Lo que antaño eran brazos, manos y piernas, se habían convertido en una masa pastosa que fue a engrosar el contenido del gran tarro de cerámica. El horror no le permitió gritar. Permaneció mudo, sin ofrecer la mínima resistencia, a la espera de que el hombre de la perenne sonrisa, terminase de fundir y amasar el resto de su cuerpo.

viernes, 15 de febrero de 2013

Deseo imposible

Maridaje musical: "Blue velvet" (Bobby Vinton)





Desde el día en que le puse por primera vez los ojos encima, supe que tenía que ser mía. Fue lo que se dice un amor a primera vista. Sin embargo, no hay más que verla para constatar que está fuera de mis posibilidades; que alguien como yo no podrá nunca tocar ese cuerpo ni aspirar el aroma que encierra. Posee unas formas perfectas, que se adivinan con toda claridad bajo la malla dorada que lleva ceñida como un guante. No cabe duda de que a sus cuarenta años, ha alcanzado su apogeo.

        Cada mañana, me encuentro con ella en una cita de la que sólo yo soy consciente, pues su indiferencia hacia mí es notoria. En mi camino hacia el trabajo, doy un enorme rodeo tan sólo para poder observarla durante unos minutos. Hace días que he comprobado que no soy el único que la desea y la idea de que otro de sus muchos pretendientes pueda poseerla me abrasa por dentro. 

Paso las noches en vela, unas veces debido al éxtasis que me produce imaginarla en mi casa, dispuesta; otras a causa de la tortura que experimento al pensar en que con la llegada del nuevo día no la volveré a ver, pues alguien con mejor suerte y condición la habrá atrapado para siempre. Sueño con arrancarle su elegante vestimenta con dulce brusquedad; con rozar su espalda con la yema de mis dedos; con acariciar su largo y estilizado cuello y finalmente, en un arranque de pasión, llevar su boca a mis labios, saboreando su secreto néctar. Sin duda alguna está hecha para mí. Rezo por que me dé tiempo a conseguir la suma necesaria para rescatarla de su acristalada prisión. Después, con la mayor delicadeza, procederé a descorcharla en la intimidad de mi hogar.

jueves, 7 de febrero de 2013

Mercado de cualidades







Comprobó el número del portal; era el correcto. Miró una y otra vez la tarjeta mientras la iba girando con habilidad entre sus manos; sopesando si debía seguir adelante. Ya que se había tomado la molestia de llegar hasta allí ¿por qué no dar el último paso? Seguramente sería una especie de farsa; un timo escondido detrás de un anuncio de esperanza, como los que antaño había sufrido en sus carnes frecuentando a pitonisas debido a su adicción por la quiromancia. La posibilidad de una recaída le aterraba. Pero en esta ocasión, cuando llamó por teléfono, le habían dejado claro que no habría que hacer ningún tipo de desembolso económico. Así pues, lo único que perdería con la visita sería tiempo; y de eso, disponía en exceso.

    Al salir del ascensor le asaltó el deseo de dar media vuelta, pero desterró ese pensamiento y con cierto titubeo pulsó el timbre. Esperó pacientemente durante unos segundos que le parecieron eternos y por fin la pesada puerta de madera maciza se abatió, abriéndole paso hacia un pasillo en penumbra. Con la rapidez de un parpadeo, un hombre joven surgió para darle la bienvenida, invitándole posteriormente a que le siguiese. No se precisaban muchas indicaciones, ya que el pasadizo se estrellaba contra la única abertura que pudo ver en todo el recorrido. Una vez franqueada, se internaron en una amplia sala muy bien iluminada. Todas las paredes estaban cubiertas de estanterías en las que descansaban montones de frascos de cristal, similares a los que se pueden encontrar en las boticas antiguas. En cada uno de ellos, una etiqueta parecía revelar su contenido. Cuando se acercó para leer la del más próximo, no pudo evitar una mueca de sorpresa ante el siguiente rótulo: “codicia”. A continuación, otros tarros divulgaban también sus respectivos géneros: “sensatez”, “sabiduría”, “tristeza”… y así hasta una infinidad de cualidades que cualquiera podía adquirir  a cambio de ceder una cantidad equivalente de alguna característica propia, a modo de trueque.

    Según le explicó el encargado, la administración de la propiedad elegida se realizaba por vía oral, mediante una infusión elaborada a partir del producto del tarro seleccionado. Por el contrario la extracción que suponía el pago requería que toda la sangre del individuo pasase por un tamiz, en el que quedaba atrapada la cualidad donada. Esta especie de diálisis no le agradó en absoluto y tomo la decisión de abandonar el singular establecimiento comercial. Sin embargo el ofrecimiento del vendedor le hizo cambiar de idea: “En la primera visita invita la casa; Usted sólo tiene que hacer su elección.”, le dijo con una enorme sonrisa.

    Una hora después salió del inmueble con una buena dosis de “valentía”, ingerida en forma de un sabroso té de hierbas que se tomó con humor y escepticismo, convencido de que aparte de una curiosa experiencia anecdótica que contar, no iba a sacar nada de provecho de aquella visita.

    Al día siguiente, se levantó muy animado a pesar de que tenía que acudir por última vez a la oficina para firmar el finiquito de su contrato y cobrar la indemnización por despido.  Cuando pasó ante la puerta del despacho del director, no pudo contener el impulso de entrar. En los últimos diez años sólo había tenido con su jefe intercambios de educados saludos o palabras de asentimiento al acatar sus órdenes. Sin embargo aquel día se expresó con una seguridad inusitada y le dijo en sus propias narices todo lo que pensaba de él y de la forma que tenía de dirigir la empresa, atreviéndose a enunciar propuestas que a su juicio contribuirían a un mejor funcionamiento de la Compañía. Le comunicó sin titubeos aquello que había ensayado cientos de veces en soledad, sin decidirse nunca a dar el paso de declararlo públicamente. Era tal la firmeza con la que hablaba, que su superior se quedó atónito, sin poder reaccionar ante las enormemente sensatas afirmaciones que estaba escuchando. Una vez que se hubo desahogado, mientras rotaba su muñeca para girar el pomo de la puerta, escuchó las primeras palabras de su interlocutor: ¡Espere un momento…!

    Había entrado en aquel despacho como un desempleado y salío con el cargo de jefe de sección.  Increiblemente, ¡la pócima había funcionado!. Eso le dio más seguridad en sí mismo y le convirtió en una persona mucho más decidida, capaz de acometer tareas que días atrás ni siquiera habría osado pensar. La valentía inyectada le hizo prosperar en todos los sentidos, pero con el tiempo fue generándole cierta “temeridad” que terminó por asustarle. Entonces decidió volver al “clandestino mercado”.  El encargado le recibió con grandes muestras de afecto, como si estuviese seguro de su vuelta.  En esta ocasión la elección fue “la sensatez”. A cambio, le extrajeron buena parte de la temeridad acumulada.

    Así fueron sucediéndose visitas periódicas, diseñando a conveniencia su personalidad según el objetivo que tuviese en mente. Eliminó de su cuerpo todo tipo de compasión y se hizo con el control de la empresa; se procuró grandes cantidades de arrogancia que, combinadas con cierta dulzura, le proporcionaban mucho éxito entre las féminas. En definitiva, iba mudando el carácter como el que se cambia de atuendo dependiendo del ambiente. A su alrededor flotaba una burbuja plena de éxito, en la que se abrió un pequeño poro al enamorarse de una chica que sin embargo no le correspondía en la misma medida. Nació en él una obsesión por conquistarla y desatendió todas sus actividades. Pasaba más tiempo en el mercado que en su propia casa, centrándose exclusivamente en obtener la fórmula cualitativa que hiciese sucumbir a su amada. Pero el misterio del amor no entiende de ciencia y por más que se esforzaba, no daba con los ingredientes ni las adecuadas proporciones de los mismos para la anhelada poción. Cuanto más seguro parecía, peores eran los resultados y más alejado se veía de su objetivo.

    En un intento desesperado añadió al cóctel una pequeña cantidad de amargura, buscando provocar en ella cierta lástima y consuelo que le permitiese estar más cerca. Con paso decidido se dirigió a casa de su pretendida, convencido de que finalmente había resuelto la ecuación amorosa. Al llegar a la altura del portal, sus esperanzas se hicieron añicos mientras observába, desde la acera de enfrente, cómo dos verdaderos enamorados se besaban con pasión. No apartó la vista ni un instante durante la eternidad que duró ese beso, adoptando una expresión vacía, más propia de un muñeco de cera que de un humano. Luego, dio media vuelta y desolado emprendió el camino de retorno.
    
    Dos horas más tarde estaba en el rellano de un cuarto piso, ante una puerta impregnada de un perfume que conocía de memoria. Acarició el timbre y éste emitió un lánguido y breve quejido. Los dedos de su mano derecha apretaron fuertemente, en la intimidad del bolsillo de su chaqueta, dos cachas de marfil. Estaba lleno de "amargura", le sobraba "valentía" y no le quedaba "compasión". Mientras la oía acercarse por el otro lado, pensó en la gran cantidad de "culpabilidad" que tendría que extraer de su sangre al día siguiente.