domingo, 28 de julio de 2013

Risas y llantos

Maridaje musical: Akhnaten: Prelude (Philip Glass) enlace youtube


Estudié Antropología gracias a mi tío abuelo. El hermano de mi abuela era un auténtico aventurero. Se pasó casi cincuenta años viajando por los lugares más recónditos del mundo. Conocía especies animales que ignoraba cualquier experto biólogo; había visto plantas y árboles no clasificados en los libros especializados; sabía la ubicación de cuevas y saltos de agua que no figuraban en ningún atlas y, sobre todo, había convivido con tribus no registradas en los tratados antropológicos.

     Un buen día, después de casi medio siglo sin dar señales de vida, llamó a la puerta de su hermana. Cuando mi abuela abrió y se lo encontró en el porche, él simplemente se limitó a decir: 

-          ¡Hola Celia! Ya estoy de vuelta
-          ¡Hola Jorge!  Llegas justo para comer. Pondré un plato más - contestó ella.
   
 Eran dos personas inusitadamente raras. Es lo único que se me ocurre para poder justificar situaciones como el hecho de que nunca se denunciase la desaparición del tío abuelo, a pesar de su larga ausencia; o que la abuela Celia lo recibiese sin formular ninguna pregunta ni lanzar ningún reproche, igual que si se hubiese marchado el día anterior. 

Jorge se sentó a la mesa y esperó a que le sirviesen el cocido. Después de probarlo lo alabó con sinceridad, diciendo:

-          Hacía años que no probaba un potaje tan rico como éste

Para preguntar a continuación

-          ¿Dónde está Braulio?
-          Murió hace  veinte años- respondió mi abuela.
-          Lo siento de veras, Celia. Era un buen tipo- dijo Jorge. 

Y se introdujo en la boca una nueva cucharada.

Braulio era mi abuelo, al cual yo no llegué a conocer. Se le cayó encima el tractor cuando se encontraba arando un prado de pronunciada pendiente, convirtiendo su cabeza en un disco que despedía masa encefálica, del mismo modo que una uva entrega su pulpa al aplastarla con el pulgar. Se había casado con mi abuela por inercia; sus respectivas madres eran gemelas. Así que ellos mismos eran primos y novios desde que nacieron. Yo creo que concibieron a mi madre en un descuido. 

Esta especie de desapego y falta de sentimientos que caracteriza a mi familia materna, extrañó sobremanera a mi padre, que terminó por acostumbrarse. Afortunadamente esa cualidad se hizo menos patente en mamá y parece que conmigo desapareció por completo.

Dadas las circunstancias, a nadie le extrañó que tras su regreso, Jorge nunca saliese de casa y se limitase a mirar el horizonte desde el amanecer hasta el anochecer; con descansos para alimentarse, dormir o hacer sus necesidades; sin otorgar a su rostro la más mínima expresión. A mí me inspiraba mucha curiosidad y lejos de temerle, cuando iba de visita a aquella casa corría a su habitación y me quedaba observándolo. Él giraba su cabeza al oírme entrar, me escrutaba durante unos segundos y volvía a su postura frente a la ventana. Al principio hablábamos poco y de cosas intrascendentes hasta que llegaba la hora de marchar, pero enseguida comenzó a contarme interesantes historias sobre la forma de vida de pueblos y tribus remotas. Yo creo que ya en esa época le agradaba mi compañía y esperaba mi llegada cada Sábado, aunque nunca llegó a confesármelo.

Un día, me soltó de repente:

-          ¿Tú lloras a menudo?
-          Lo normal en un niño de 10 años – le contesté
-          ¿Y te ríes con frecuencia? – insistió
-          Cuando me divierte algo – respondí al instante
-          ¡Pues ten mucho cuidado! No malgastes los llantos por cosas sin importancia y procura reírte siempre en compañía.
-          ¿Por qué?, tío- pregunté

Pero se limitó a esbozar una mueca, que no pudo terminar de construir, y cambió de tema, pasando a describirme alguna de las rarísimas especies animales que había visto en un recóndito lugar.

A causa de las historias que me contaba Jorge en mis visitas semanales a la casa de la abuela, por cierto, de forma muy aséptica y sin ningún tipo de emoción, surgió en mí un enorme interés por la Biología y la Antropología. Cuando cumplí los dieciocho y tocó decidir qué estudios universitarios comenzar, lancé una moneda al aire y salió cara. Así que me matriculé en Antropología y en cinco años estudié todo lo conocido relacionado con esa disciplina. Lo “desconocido”, ya lo había aprendido con Jorge durante los ocho anteriores, aunque yo aún no era consciente de ello.

   El día que presenté mi trabajo fin de carrera obteniendo la máxima calificación, conduje a toda velocidad hasta la casa de mi abuela; pasé a su lado casi sin saludarla cuando me abrió la puerta e irrumpí en la habitación de Jorge envuelto en risas de felicidad.

-          ¡Tío Jorge! ¡Lo he conseguido! ¡Antropólogo con el mejor expediente!
-          ¡Enhorabuena! – me replicó, acompañando mis carcajadas con las suyas

Acto seguido, un par de lágrimas se asomaron al balcón de sus párpados inferiores y se deslizaron por su cara, confluyendo en una delicada fusión a la altura de la barbilla. Entonces, cerró los ojos y expiró. Fue la única vez que oí el sonido de su risa. De hecho todas mis sesiones en aquel cuarto se habían caracterizado por una total ausencia de emociones, tanto en Jorge como en mí mismo y siempre estuvieron presididas por un clima de extraordinaria atención ante sus increíbles narraciones, que emitía de forma casi mecánica.

Según su propia voluntad, el tío Jorge fue incinerado, siendo yo quien debía custodiar sus cenizas hasta que alguien las reclamase. Durante el funeral, un hombre alto, delgado, con el pelo muy largo, estaba situado en última fila siguiendo atentamente la ceremonia. Al salir de la iglesia me propuso una cita para el día siguiente. Su tez estaba curtida. Tenía un acento muy extraño y su cadencia al hablar era muy similar a la de Jorge: inexpresiva y ausente de emociones. Acepté su propuesta y me dirigí a casa. Aquella noche, sin saberlo, “derroché” una buena cantidad de llanto.

Baukal, fue el nombre con el que se presentó el curioso individuo cuando nos encontramos de nuevo en el café Oriental. Le dejé hablar y con su raro acento me contó una historia extraordinaria.

Treinta años atrás, Baukal encontró moribundo al tío Jorge y no dudó en llevarlo a su aldea. Ese acto de irresponsabilidad a punto estuvo de costarle el destierro definitivo de La Comunidad. Mi tío salvó la vida y se recuperó gracias a los sabios cuidados de Baukal, que se convirtió en el guardián y responsable de los actos de Jorge. Cuando éste se recuperó completamente, se ganó el respeto del pueblo y lo adoptaron como uno más. Pronto aprendió a expresarse como ellos y comenzó a contarles sus aventuras. Las narraciones sobre criaturas, pueblos y paisajes cautivaron a toda La Comunidad, que acabó bautizándolo como “Kalanko Topica”, cuyo significado en la lengua nativa es: “Creador de historias”. El tío Jorge detuvo su viaje en aquel lugar y decidió quedarse allí para siempre, hasta el fin de sus días.

Mi enorme curiosidad me impulsaba a interrumpir continuamente a Baukal con preguntas que siempre obtenían la misma contestación con su curioso deje: “no tengo permiso para responder a eso”. Tras varios intentos infructuosos, me di por vencido y le dejé que me contase lo que considerase oportuno.

El pueblo de Baukal no tenía religión alguna. Si había algo a lo que adorase, era al hombre mismo. Sostenía que todos tenemos al nacer una pequeña fortuna en forma de risas y llantos, para gastar a lo largo de nuestra vida. Cada persona tiene una cantidad diferente y eso condiciona su forma de expresar sentimientos. Aquellos menos pudientes en este sentido ríen poco  y lloran en contadas ocasiones, pues aunque ellos no lo sepan, su alma conoce que en el momento en que las risas o los llantos se acaben, morirán de inmediato. La familia de mi madre debe ser especialmente pobre emotivamente hablando, a tenor de su forma de proceder.

-          Por eso Jorge me preguntó hace años si yo lloraba mucho- interrumpí
-          Así es – respondió Baukal
-          También me dijo que riese siempre en compañía ¿Por qué? ¿Estás autorizado para contestar a eso?- dije  con poca esperanza.
-          Sí. Eso te lo puedo decir.

Entonces Baukal me contó que existe una forma de “ahorrarse” risas sin dejar de manifestar alegría. Si estás en compañía y ríes como respuesta a la risa de otro, tu cantidad no disminuirá, mientras que tu compañero sólo gastará una: la iniciadora. En esos casos se dice coloquialmente que “te han invitado a unas risas”. Sin embargo, esto no ocurre con el llanto y cada vez que llores, sólo o en compañía, se te descontará uno de tu cuenta. 

El tío Jorge nunca me invitó a una risa. No podía, ya que en su zurrón emotivo sólo quedaba una, además de un único llanto. Mientras se estaba en el poblado era posible dar rienda suelta a cualquier sentimiento, pues allí reír y llorar resultaba “gratis”. Todos los miembros  de La Comunidad donaban sus risas y llantos, poniéndolos en una bolsa común que misteriosamente nunca se agotaba y se regeneraba continuamente. Sin embargo, fuera de la Aldea las cosas no funcionaban de la misma manera. Cuando alguien debía salir, tan sólo le proporcionaban una risa y un llanto para el viaje. Por esa razón mi tío abuelo y el propio Baukal actuaban de forma tan mecánica e inexpresiva. Jorge no podía invitarme a ninguna risa y, lamentablemente, yo sólo le invité a él una vez, sin saberlo. Fue precisamente el día de mi graduación como Antropólogo. Mi entrada triunfal en aquella habitación dio la oportunidad a Jorge de reírse por primera y única vez en mi compañía. No gastó su última risa, pero sí lo hizo con su último llanto. Le fue imposible contenerlo. Llevaba demasiado tiempo haciéndolo y mi alegría le hizo sucumbir definitivamente. Hubiera querido explicármelo todo, pero no le dio tiempo.

Jorge era muy feliz en La Comunidad, pero después de tanto tiempo fuera de su  hogar quiso volver por última vez a visitar a su familia. Su intención era salir del poblado con su equipaje unitario de risa y llanto, hacer el viaje, pasar una semana en casa y finalmente despedirse para siempre, regresando al poblado en forma de cenizas. Su guardián Baukal debía acompañarle con el fin de traerlo de vuelta. Todo marchaba según lo planeado hasta que aparecí yo en escena. Un niño que mostraba enorme curiosidad, que no le tenía miedo y que se pasaba el tiempo observándolo, escuchando sus cuentos con atención. Me consideró como el hijo que nunca tuvo. Esa primera semana se prorrogó a un mes, luego a un año, después otro y otro más… Baukal esperó pacientemente, aprendió nuestro idioma, consiguió un trabajo y vivió una vida aparentemente normal durante casi tres lustros, sin poder iniciar risas ni llorar en ninguna ocasión. Realmente tuvo que ser una verdadera tortura que soportó estoicamente. Baukal supo con exactitud el momento en el que mi tío expiró e hizo los preparativos para el regreso con las cenizas.

-          ¿Por qué quieres llevarte sus cenizas?- le pregunté
-          No tengo permiso para responder a eso – dijo Baukal por enésima vez
-          ¡Me lo temía! – sentencié

Había decidido entregarle la urna con los restos de Jorge, pero deseaba obtener algo a  cambio y formulé una última pregunta:

-          ¿Puedes saber cuántas risas y llantos me quedan?
-          Estate tranquilo, amigo, tienes una verdadera fortuna de ambos. No obstante recuerda los sabios consejos de tu tío Jorge.

Su contestación fue suficiente para mí y le tendí el recipiente con las cenizas. A continuación esbocé una sonrisa que él acompaño un segundo más tarde y que desembocó en un aluvión de risas que corrió de mi cuenta, como no podía ser de otra forma. Baukal me lo agradeció con un abrazo. Luego se levantó, de nuevo inexpresivo, y se fue. Creo que hizo un enorme esfuerzo por no llorar. Ese habría sido su fin. Parecía un guerrero muy experto. Mientras salía del café, no pude evitar preguntarme qué edad tendría. Me había contado muchas cosas, pero yo estaba seguro de que se había callado lo más interesante y extraordinario.

Aquella larga conversación modificó mi actitud ante la vida. Desde entonces, casi nunca río sólo y jamás he desperdiciado un llanto. Siempre que he llorado, ha sido por algo que merecía la pena. Hace un mes he cumplido setenta y cinco años. Mis amigos me prepararon una fiesta sorpresa en la que di rienda suelta a mis emociones sin reparar en gastos. Cuando volví agotado a mi casa encontré una misteriosa carta con un escueto mensaje:

“Si aún conservas tu curiosidad de antaño, estoy autorizado a satisfacerla. Para ello tendrás que hacer un largo viaje”

La nota iba acompañada por una fecha: 28 de Julio; y un lugar: Aeropuerto de Lusaka (Zambia).

No precisaba estar firmada; yo sabía de dónde procedía y no lo dudé ni un solo instante.

Acabo de bajarme del avión de Zambian Airways y mi corazón parece que se me va a salir del pecho. Cuando salgo al vestíbulo en el que desemboca el pasillo de las llegadas, me quedo de piedra al ver la cara de Baukal, que mira con su expresión de cera buscando a alguien. El tiempo no ha pasado por él, en cambio yo ya soy un viejo, aunque muy bien conservado y ágil para mi edad. Él me reconoce enseguida y nos abrazamos fuertemente. Yo no puedo evitar derramar unas lágrimas. Baukal se contiene y sólo reacciona cuando le invito a unas risas. Luego, sin dejar de mirarnos, me indica que le siga. Tengo el fuerte presentimiento de que La Comunidad me reserva muchas sorpresas y creo que “Kalanko Topica”  seguirá contándome sus maravillosas historias.

lunes, 15 de julio de 2013

The big sleep (El sueño eterno)

Maridaje musical: Funky Blues (Charlie Parker) enlace youtube

Maridaje musical: All Blues (Miles Davis) enlace youtube


Sintonizó el canal con precisión. Ya había ejecutado esta acción suficientes veces como para poder realizarla de memoria; con los ojos cerrados si fuese necesario. Ahora se lo estaba mostrando a Fran, su único auténtico amigo. Éste se encontraba entre impaciente y sorprendido, pues Sergio le había anunciado que observaría algo que no podría creer. No consiguió que le avanzase nada más, a pesar de su insistencia.

- No te lo puedo explicar. Tardaría demasiado tiempo y me tomarías por loco. Mejor, compruébalo tú mismo.

Así que esa tarde, se dirigieron al piso que Sergio tenía alquilado e inmediatamente comenzó el ritual practicado en numerosas ocasiones durante las últimas semanas.

-  ¡Ya está sintonizado!  Ahora veamos si funciona.

Sergio comenzó a visionar los canales, cuya señal pasaba a través del “extraño” reproductor antes de mostrar la imagen en el televisor. Se trataba de un viejo vídeo que había adquirido a buen precio en una tienda de antigüedades. Fran no pudo contenerse más.

- Esto no es nuevo para mi, Sergio; es la forma tradicional de sintonizar un aparato de vídeo a la tele. ¿Para esto tanto misterio?
- Espera, no te impacientes. Ya te dije que ibas a alucinar. Casi hemos terminado… Bueno, ¡ya está!
Se sentaron en el sofá y Sergio eligió el primer canal que encontró en el que se emitía un programa en directo. Una de esas emisiones que abundan en la parrilla y que inundan las mañanas con multitud de variedades poco interesantes y llenas de morbo. En este caso, una atractiva mujer se encontraba comentando las últimas novedades sobre la separación de dos famosos personajes de la farándula. A su alrededor, un rebaño de colaboradores que se interrumpía constantemente en un simulacro de tertulia de gallinero, aportaba datos y opiniones totalmente inocuas intelectualmente. Sergio se acercó a la cocina y volvió con un huevo.

- ¡Toma!, coge este huevo y haz lo que te diga. Aunque te parezca lo más absurdo del mundo.
- ¡Qué misterio es este, Sergio! ¿Es que te has vuelto loco?
- Tú hazme caso y verás. Coge el huevo, te digo. Muy bien, ahora… lánzalo hacia la pantalla y asegúrate de que impactas en la imagen.

Fran miró a su amigo con un rictus mezcla de sorpresa y compasión. Aquello era digno de cámara oculta. La instantánea del momento representaba a dos muchachos de unos veinte años, que se contemplaban mutuamente con gestos bien distintos. Mientras uno dibujaba en su rostro una sonrisa de convencimiento y complicidad, como la reservada a cuando se le entrega un paquete regalo a un ser querido y se espera a que éste compruebe el contenido, el otro presentaba cara de estupefacción y escaneaba de arriba abajo a su colega, preguntándose la identidad del mal que sin duda le aquejaba.

    Sergio y Fran se conocían desde hacía tan sólo unos meses. Tras un inicio un tanto tormentoso, habían conectado de forma extraordinaria. Sergio era alto, cerca del metro noventa, de complexión fuerte. Su media melena rubia y sus ojos de un profundo tono azulado, conformaban un atractivo lote que hipnotizaba a la mayor parte de las chicas que conocía. Sin embargo no tenía ningún interés por las relaciones amorosas. Era una persona poco sociable. Carecía de hermanos y había perdido a sus padres en un accidente cuando sólo tenía doce años. Desde entonces, hasta que alcanzó la mayoría de edad y pudo emanciparse, vivió con un un hermano de su madre que se pasaba semanas enteras de viaje. Podría decirse que era un solitario; con gran desarraigo familiar. De hecho llevaba una buena temporada sin saber nada de su tío, único nexo sanguíneo que le quedaba. Todo el tiempo libre que le dejaba su trabajo como guardia de seguridad, lo empleaba en su gran pasión: la electrónica. Se dedicaba a comprar equipos electrónicos viejos de todo tipo, sin importar el estado que presentasen. Es más, cuanto más deteriorados mejor, pues así el reto de volver a ponerlos en funcionamiento era más apasionante. Fran tenía el aire del típico empollón. Algo más bajo, moreno, pelo corto, gafas gruesas que enmarcaban unos enormes ojos negros; con una barba  poco poblada provista de ciertas calvas en los extremos. Procedía de un pequeño pueblecito enclavado en las montañas pirenaicas y llevaba dos años en Madrid, becado por el Ministerio para estudiar Ingeniería Industrial. También era  callado y con problemas de adaptación. Esta característica común, además de la afición que compartían, fue clave para que congeniasen desde el principio. 

      Sus vidas habían confluido en el rastro; en un puesto repleto de aparatos desvencijados en el que radios, equipos de música, televisores y demás “reliquias”, se amontonaban formando una cordillera de material eléctrico, aluminio y plástico duro. El encuentro no tuvo un principio muy agradable, pues supuso una dura pugna por una pequeña máquina tragaperras que tenía un aspecto deplorable. La inusual presencia de este tipo de objetos no pasó desapercibida para los dos chicos y se enzarzaron en una subasta improvisada cuyo vencedor fue sin lugar a dudas el vendedor. Finalmente Sergio “perdió” el duelo, ya que, debido a su extrema tozudez, tuvo que adquirir la pieza por un precio desorbitado. Sin embargo ambos ganaron un prometedor inicio de amistad, cuando después de la dialéctica pelea terminaron juntos en un bar, apurando una cerveza tras otra mientras se ponían al día en cuanto a sus respectivas vidas y aficiones. Sin duda la tasa alcohólica propiciada por las cervezas consumidas, tuvo mucho que ver para que venciesen sus respectivas timideces y se soltasen la lengua. La máquina tragaperras nunca llegó a funcionar de nuevo a pesar de los ímprobos esfuerzos, pero ocupaba un lugar preferencial en el salón de la casa de Sergio, como estandarte de la hermosa relación de la cual era la responsable material.

-  ¡Venga!, ¿A qué esperas Fran? ¡Lanza de una vez el huevo!
-  ¿Qué broma es esta, Sergio?
-   ¡Que lances el puto huevo ya! Y de paso apunta a la cara de ésa, ¡que me saca de quicio!

No sin una última mirada inquisitoria, que tuvo como respuesta en Sergio un movimiento de barbilla señalando hacia la pantalla, acompañado de un brusco levantamiento de cejas, Fran lanzó el huevo con poca fuerza y menor convencimiento, esperando un impacto que embadurnase el cristal con una desordenada mezcla de yema y clara. Sin embargo, lo que ocurrió fue algo muy distinto.

El huevo traspasó el vidrio como si se tratase de una ventana abierta hacia el plató y fue a estrellarse a los pies de uno de los estridentes tertulianos. De inmediato se hizo el silencio y la conductora del programa, con cara de circunstancias y desconcertada ante tamaña gamberrada perpetrada sin duda por alguien del público, dio paso a publicidad sin poder ocultar su nerviosismo.

- ¿Qué coño ha pasado Sergio?
-  Lo que has visto… Le acabas de tirar un huevo a la petarda esa.  Y muy mal, por cierto, porque ni siquiera le has dado.
- ¡Eso ya lo se! Me refería a que… ¡Cómo ha podido suceder!
- Tranquilízate un poco amigo mío. Ya te dije que ibas a alucinar… Escucha con atención y te lo contaré todo con detalle.

Sergio le relató a Fran cómo semanas atrás pasó por una tienda de antigüedades que se había inaugurado recientemente. Echando un vistazo observó un viejo reproductor de vídeo que llamó su atención por lo inusual del diseño. Estaba fabricado de forma casera, a base de válvulas similares a las de las radios de los años veinte. Sin duda era una pieza exclusiva y no recordaba haber visto nada similar en el mercado de reproductores, desde que éstos habían hecho acto de presencia. El precio era bastante asequible ya que, como le dijo el propietario del establecimiento,  el aparato  había sido rescatado, junto a otros muebles, de una enorme y ruinosa casa de campo, antes de derribarla para hacer un bloque de apartamentos.  El dueño de la casa, un millonario excéntrico y aventurero, había desaparecido hacía más de veinte años a la vuelta de uno de sus viajes y una vez dado por muerto, sus herederos querían atrapar la herencia cuanto antes y no dudaron en vender por una buena cantidad de dinero, la mansión con todo su contenido.

Cuando llegó a casa, Sergio examinó cuidadosamente su adquisición. Un nuevo desafío nació en su mente: volver a hacer funcionar el artefacto, si es que había funcionado en alguna ocasión. Tras el concienzudo examen comprobó que había piezas y materiales que le eran desconocidos, mezclados con válvulas y condensadores que sólo había visto en los libros. Concluido el chequeo, elaboró una pequeña lista de recambios a comprar. Cuando se disponía a introducir el aparato en la caja de cartón que hacía las veces de guarida, algo se desprendió y cayó al suelo. No cabía duda, era una cinta, bastante similar a las que él conocía. Debía de estar metida aún en el reproductor y al manipularlo se habría soltado. Mientras se preguntaba qué habría grabado en su interior, vio la inscripción en una de sus caras: “The big Sleep”. No había más cintas, así que si lograba repararlo, esa sería la única película que podría visionar. Un rápido vistazo al tamaño y grosor, le convenció de que estaba hecha para uso exclusivo del misterioso reproductor.

Así pues, se puso manos a la obra con inusitado ahínco. Todo el tiempo que le dejaba su trabajo a turnos, lo empleaba en satisfacer su obsesión de conseguir poner en marcha la máquina.

- Ahora entiendo por qué estabas tan ocupado durante el último mes- le interrumpió Fran.
- En efecto, me encontraba completamente inmerso en el proceso de reconstrucción.

Luego le detalló todo el dificultoso trabajo realizado: cambiar condensadores quemados, substituir piezas antediluvianas por otras más modernas que en algunos casos requerían una pequeña adaptación antes de insertarlas… Al fin, todo el esfuerzo dio su fruto cuando logró que se encendiese. En primera instancia consiguió que enviase la señal al televisor, tras la correspondiente sintonización, pero no había manera de ver la película. Al introducir la cinta se oía un desagradable ruido; un chirriar similar a un grito de ratón en plena agonía. Algo insoportable que abortaba de inmediato con un golpe de índice en la tecla adecuada. Bueno, no era la situación óptima, pero podría decirse que al menos estaba en funcionamiento. Era capaz de ver la televisión a través del aparato de vídeo. ¡Todo un éxito!  Durante los días siguientes al “arreglo”, quizá como homenaje a su logro, siguió los programas de esta guisa, pasando las imágenes por el filtro del reproductor. En esas estaba un par de semanas atrás, cuando durante un partido de fútbol, ante una decisión conflictiva del árbitro, lanzó a la pantalla la pelota de gomaespuma que siempre descansaba en la mesa de la sala, precisamente para esos momentos de descarga de adrenalina.

- Lo que ocurrió después, te lo puedes imaginar. Me quedé atónito cuando mi pelota botó en el césped, justo al lado del colegiado. Éste, con total indiferencia, la recogió y la apartó hacia la banda. No me lo podía creer y  aterrado, apagué la tele.
- ¿Y qué hiciste luego? ¿Por qué no me llamaste para contármelo?- preguntó Fran
- ¿Me habrías creído?
- Bueno, dijiste que fue hace dos semanas. ¡Podías habérmelo mostrado entonces!, como has hecho hoy.
- Primero tenía que convencerme yo mismo de que era real; de que no estaba loco o  bajo un proceso de alucinación por haber dormido tan poco durante los días previos. Después de aquello no se me ocurrió volver a poner la tele hasta pasadas cuarenta y ocho horas.

A continuación, vino la mejor parte de la historia. Transcurrido el tiempo de cuarentena televisiva, Sergio volvió a la carga para comprobar que no había trampa en  cuanto a la extraordinaria propiedad del reproductor. Así, hizo explotar un petardo en pleno telediario,  soltó un cochinillo vivo en la final de Wimbledon y  vertió el contenido de un bote de pintura en una rueda de prensa de un líder político al cual abominaba.

- ¡Así que fuiste tú el responsable de lo del cochinillo y lo de la pintura! No veas lo que me reí observando la cara de los guardaespaldas mientras buscaban un culpable. ¡Aquello fue una pasada!- comentó Fran sin poder reprimir un buen puñado de carcajadas.

Tras los buenos resultados de sus pequeñas gamberradas, avanzó un paso más en su atrevimiento. El episodio del cochinillo demostraba el funcionamiento del proceso también con seres vivos. En consecuencia no había razón para no hacer un intento con humanos. El propio Sergio hizo de cobaya al introducirse como espectador de lujo en la mismísima ceremonia de los premios Goya del cine español. Hubiera querido hacerlo para ver en directo la final de la Super Bowl, pero lo descartó debido a la supuesta necesidad de sacar un billete de avión para regresar a Madrid, algo que no hubiese sido preciso, a tenor de lo que sucedió posteriormente. La sensación al introducirse por la pantalla no fue nada extraña. Obviamente, debía elegir el momento oportuno, desechando primeros planos del presentador o momentos de agradecimiento de los premiados. No era cuestión de que en pleno discurso de tal o cual actor, un desconocido se le viniese encima de la nada. Así pues se situó frente al monitor a la espera del plano adecuado. Éste llegó cuando apareció una imagen general del vestíbulo plagado de invitados a la ceremonia. Entonces saltó con decisión y cayó en medio de la multitud, sembrando un pequeño desconcierto. Justo el tiempo que tardó en levantarse y escabullirse entre el gentío. En ese breve espacio temporal, pudo observar que su irrupción se produjo sobre la cámara que en ese momento emitía. Aunque esa cámara se moviese, el punto de entrada seguía activo pero apenas era perceptible. Si uno se fijaba mucho podía percibir un área de débil distorsión, como la que se produce sobre un objeto que desprende gran cantidad de calor. El efecto constituía una especie de cortina que cerraba la zona de transición. Para confirmarlo, Sergio aproximó su cabeza y se abrió una pequeña tronera por la que introdujo medio cuerpo, encontrándose al punto en el salón de su casa de mitad de torso para arriba. Con la rapidez de un resorte de cepo, retrocedió para retornar al Hall del Palacio de Congresos, respirando aliviado al comprobar que nadie se había percatado del suceso, a pesar de que la cortina tardó unos diez segundos en restablecerse. La cuestión era saber si cualquiera podría precipitarse por  la abertura. Sus dudas al respecto se esfumaron cuando varias personas atravesaron la zona continuando su camino sin desaparecer ni modificar su trayectoria lo más mínimo. Por lo visto, la puerta sólo se abría para el objeto que la creaba, como si con ello se grabase una especie de código que sólo podía ser activado por dicho objeto a modo de  llave genética.

Acabada la ceremonia volvió al lugar con la idea de recorrer el camino inverso, pero la distorsión ya no estaba. En los siguientes experimentos comprobó que la pasarela se iba disipando hasta desaparecer en unas tres horas aproximadamente. 

En las últimas dos semanas realizó algunas nuevas incursiones: estuvo en varios partidos de la liga, presenció “in situ” alguna prueba de saltos de esquí e incluso se atrevió a infiltrarse en un par de interesantes duelos de la NBA. En todas las ocasiones volvía al pasaje abierto antes de que se cumpliese el tiempo de disipación, cerciorándose de que el área estuviese vacía de gente, para que nadie pudiese observar la operación y dar tiempo a que la abertura quedase definitivamente clausurada, tras los correspondientes  segundos, sin levantar sospechas.

- Pues sí que te has divertido a base de bien - Le espetó Fran.
-Sí, tienes toda la razón. He aprovechado muy bien estos quince días. Ahora ha llegado el momento de compartir contigo este secreto que no debe ser revelado. Además, quiero que trabajemos juntos para completar la reparación. Yo ya he pedido tres semanas de vacaciones que comienzan mañana y tú bien puedes saltarte tus clases por un tiempo. No tendrás ningún problema en recuperarlas y seguir manteniendo el mejor expediente.
- ¿Completar la reparación? ¿A qué te refieres? - inquirió Fran de nuevo.
- Como ya te he comentado, no he conseguido ver la película que vino con el aparato y en estos momentos esa es mi nueva obsesión.
- Por cierto…  – interrumpió Fran  - ¿has intentado experimentar con programas que no se emitan en directo?
- ¡Sabía que me harías esa pregunta! Sí, lo he intentado, pero no funciona. En los programas en diferido no se abre la pasarela y la pantalla se comporta de forma “tradicional.” Esto también me ha permitido conocer la cantidad de emisiones, supuestamente en directo, que son un fraude. Supongo que habrás oído hablar de la técnica del breve diferido en el que hay un retardo de un par de minutos, por si ocurren imprevistos.
- En efecto, la conozco. Pero volvamos a tu “obsesión”. ¿Para qué quieres ver esa película? ¿Acaso piensas que la cinta no tiene grabado lo que pone en la inscripción? Por cierto, ¿Cuál era…?
- “The big sleep” o “El sueño eterno”, que es como se tituló en España. Una traducción literal, para variar. ¿No la conoces?
- Me suena …- respondió Fran arqueando las cejas.
- Está protagonizada por Humphrey Bogart y  Lauren Bacall. Humphrey es el detective Philip Marlowe e investiga el asesinato de una persona, que se produjo en un automóvil. Yo hace un montón de años que la vi. Es un clásico del cine negro. Y contestando a tu otra pregunta, te diré que no puedo saber lo que hay en la cinta hasta que no la visionemos. Como te dije antes, ese es mi actual objetivo. Aparte de comprobar si el reproductor conserva su propiedad con la cinta.

       Esta última frase ya fue demasiado para el bueno de Fran, que saltó como un resorte.

- ¿Cómo has dicho? ¿Que quieres introducirte dentro de una película grabada? ¿Te has vuelto loco? Seguro que eso no será posible. Si ni siquiera funciona en los programas que no se emiten en directo ¿Cómo coño va a funcionar en un vídeo grabado? En un programa en vivo te metes en un lugar en el momento actual pero ¿A dónde viajarías si te lograses introducir en la película? ¿Qué pasaría si se apagase la tele en ese momento…, debido a cualquier incidente?
- Tranquilo, Fran. Todas esas preguntas y muchas más, me las he hecho yo durante los últimos días y he llegado a la conclusión de que la única forma de obtener las respuestas es terminar de reparar el aparato
.
La discusión no acabó aquí, sino que se prolongó durante toda la noche. Fran preguntó todos los detalles que se le ocurrieron y Sergio ofreció puntual respuesta a la mayoría de ellos. Fue una tertulia muy intensa y productiva que culminó con la claudicación de Fran a las peticiones de su colega. Al día siguiente se trasladó a casa de Sergio y ambos centraron todos sus esfuerzos en la nueva meta común.

Trabajaban estupendamente en equipo. Sergio le reveló todo lo que había reconstruido por su cuenta y cómo lo había realizado. También le explicó la forma de reparar las piezas averiadas. Fran escuchaba con atención, asintiendo, emitiendo expresiones de admiración o realizado sugerencias. Una vez que se puso al día, comenzó a tener iniciativa propia sobre el camino a seguir. Una tarde que estaban con los últimos retoques, Fran descubrió algo que a la postre resultaría de vital importancia.

- ¡Oye Sergio! Aquí hay un hueco en el que falta un acumulador.
- Sí, - respondió Sergio – Ya lo he visto y en algún momento lo puse, pero lo cierto es que no parece necesario.
- ¿Cómo no va a ser necesario…?  ¡Espera un poco…! Aquí hay una especie de resorte.

Cuando Fran lo activó, una pequeña trampilla se abrió en el frontal del aparato por donde surgió un portalámparas que carecía de bombilla. Sergio se quedó boquiabierto y exclamó:

- ¡Dios mío!, ¡reproduce mediante proyección!  ¡Por eso mismo no funcionaba! El horrible ruido debía de ser producto de algún roce.

Acto seguido, abrieron la carcasa de la cinta para comprobar que contenía una película realizada a base de fotogramas.

- ¡Cómo no se me ocurrió mirarlo antes! – se lamentó Sergio. – Ahora lo entiendo todo. Debemos conseguir una nueva lámpara.
- Me temo que no será fácil- dijo Fran – Nunca he visto un casquillo como este.
- ¡Bueno!. Pues volveré a la tienda a ver si está por allí- concluyó Sergio

Una hora más tarde, regresó con una sonrisa de triunfo.

- ¡Voilà! ¡La auténtica Lámpara!

Invirtieron el resto de la tarde y toda la noche en terminar el trabajo. Finalmente todo quedó dispuesto para la prueba definitiva. Con el proyector retráctil en la posición adecuada,  Fran encendió el aparato y Sergio introdujo la cinta. El tedioso e insufrible ruido de antaño se había exiliado. Ya sólo quedaba pulsar el “play”. Ambos amigos se miraron sin que ninguno se atreviese a tomar la iniciativa. 

- Debes ser tú el que haga los honores- le indicó Fran a Sergio
- Fran, ¿eres consciente de la importancia de este momento?
- ¡Sí, pesado! Aprieta el botón y veamos qué pasa.

Sin más vacilaciones, Sergio realizó la maniobra. Transcurridos unos segundos que parecieron eternos, en la pared lateral de la sala, que hacía las veces de pantalla, apareció el título: “The big Sleep” y a continuación los nombres de los actores del reparto. Los dos chicos estudiaron los fotogramas que se iban sucediendo, sin emitir sonido alguno ni cruzar miradas y así permanecieron, hipnotizados, casi sin pestañeos, hasta que las palabras “The End” y los ulteriores títulos de crédito desaparecieron. Finalizada la proyección, Sergio rompió el silencio.

- ¡Funciona!
- Eso parece…- respondió Fran, de manera automática.
- ¿Sabes una cosa, Fran? Me acabo de enamorar de Vivian, quiero decir…, de Lauren Bacall.
-  ¡Sí que es preciosa!-  asintió Fran
- En fin… - continuó Sergio - Creo que es hora de que veamos si es posible entrar ¿quién se atreve?
-  ¡Bueno! – titubeó Fran-   Eh… Mejor yo me quedo fuera para controlar que no ocurra nada.
- ¡De acuerdo! Entonces entraré yo. Sólo será un instante; simplemente para comprobar si realmente se puede.
- Sergio, ¡por favor! Ten mucho cuidado – le rogó Fran
- No te preocupes, amigo. Lo he hecho ya bastantes veces y sé  cómo manejarme.
- Ya, pero nunca en estas condiciones. Nunca en una grabación.
- ¡Que no te preocupes!, tendré precaución. Además, será sólo un momento.

Iniciaron un nuevo pase de la película y buscaron un  lugar que resultase  adecuado para el intento de “inmersión.” Ambos coincidieron en que éste había llegado con la presentación en pantalla de un nocturno paisaje boscoso, al pié de una carretera. Sergio acercó prudentemente la mano a la pared y con gran sorpresa la traspasó sin que opusiese la menor resistencia. Luego le siguió el resto del cuerpo y ante la atónita mirada de Fran, quedó infiltrado en la proyección. Mientras Sergio, desde el “otro lado”, le dedicaba un saludo de victoria a Fran, bajo el supuesto de que lo vería, éste observó que un coche se acercaba por la carretera. Gritó, inútilmente, para avisar a su amigo. El impacto parecía inevitable cuando en el último instante Sergio se dio cuenta y saltó a la cuneta, rodando sobre sí mismo. El automóvil no detuvo su marcha y el plano cambió. ¿Dónde se había ido Sergio? ¿Cómo volvería a casa? No había acabado de formular esta segunda cuestión cuando un gran resplandor inundó todo el salón. Sergio apareció de nuevo, completamente aturdido y semiinconsciente. Fran trató de reanimarlo y mostró su alegría por volver a ver a su amigo.

- ¡Estás de vuelta! Nunca me he alegrado tanto de verte. ¡Ha estado a punto de atropellarte!

Cuando se recuperó por completo, Sergio también dio rienda suelta a su entusiasmo.

- ¿Has visto? ¡He podido entrar!

Ambos se abrazaron, entre sonoras carcajadas de felicidad.

-Vamos a comentar la jugada mientras comemos algo- Le dijo Sergio, dirigiéndose a la habitación para quitarse la ropa con la intención de pegarse una buena ducha reparadora. 

Al sacarse los pantalones, metió la mano en el bolsillo y se encontró con unas cuantas piedrecillas de asfalto. También observó que su camisa tenía restos de tierra y ramas. Al principio no le dio importancia, pero minutos más tarde, cuando el agua caliente le caía por la cabeza y se deslizaba por todo su cuerpo, tomó conciencia de lo que significaba. ¡Se podía influir en la grabación! ¡Había traído objetos de la película! Prácticamente desnudo irrumpió en la cocina, donde Fran estaba preparando algo para comer.

- Tenemos que poner de nuevo la cinta y revisar el pasaje en el que me introduje. ¡Tiene que ser ahora mismo!
- ¿No puedes espera a después de comer? ¡Me muero de hambre!
- No Fran. ¡Debe ser ahora!

Sergio se puso una toalla a la cintura y se abalanzó sobre el reproductor. La película comenzó de nuevo y al llegar a la escena de la carretera, un coche negro pasó a gran velocidad, cambiando posteriormente el plano, tal como estaba previsto. No había ni rastro de Sergio ni, por supuesto, se produjo el incidente del casi atropello. A efectos de la grabación, nada nuevo había sucedido y todo estaba en su estado original.

- Oye Fran. ¿Tú crees que si no llego a esquivar el coche, me hubiese llevado por delante?
- ¿Qué quieres decir…?
- Mira, no hay ni rastro de lo que has visto cuando entré. No se ha modificado la grabación; el coche no ha parado, como si el conductor no fuese consciente de mi presencia. Así pues, es posible que aunque pudiera ingresar en la película y tú me hayas visto como un personaje más, el resto de ellos no sea capaz de detectarme y yo sea una especie de fantasma invisible.

       Dicho esto, Sergio se quedó paralizado durante unos segundos, para continuar su reflexión…

- Sin embargo…  ¿Cómo he podido traerme de vuelta unas cuantas piedrecitas y algunas ramas mezcladas con tierra…? Fran, he de volver allí y resolver la cuestión de si se puede interactuar con los personajes.
- Definitivamente, has perdido el juicio. Creo que nos estamos pasando de la raya ¿Por qué no lo dejamos de momento? Ya hemos conseguido el objetivo de hacer funcionar el reproductor y poder ver la cinta. ¿No te parece suficiente?
- No, Fran. No es suficiente para mí. Tienes que ayudarme a volver. Te prometo que en cuanto aclare esta duda lo dejaré estar. ¡Venga!  Sólo una última vez.
- De acuerdo. Una última vez. ¡Lo has prometido, recuerda! Pero antes…  comamos algo.

Una hora más tarde estaban de nuevo planificando la estrategia a seguir. En primer lugar debían ver de nuevo la película, determinando los momentos más idóneos para la incursión. Después elaboraron un pequeño guión de actuación que les permitiese conocer si realmente se podía influir en la cinta, aunque luego la influencia no quedase registrada, como ya habían comprobado. Era preciso ser lo menos invasivo posible, pero lo suficiente como para poder resolver la cuestión. Al cabo de unas cuantas horas más,  siendo ya de madrugada, convinieron en que todo estaba listo para la nueva expedición.

- Sergio,  debes sentarte detrás la mesa. Entonces, Vivian entrará y supuestamente mirará en tu dirección. Simplemente la saludas y contemplas su reacción. Luego, sin mediar palabra saltas de nuevo aquí. ¿Lo has entendido?
- ¡Claro y cristalino! ¡Mi general!- respondió Sergio saludando militarmente.
- Y recuerda que sólo dispones de 20 segundos antes de que entre en escena el detective Philip Marlowe.
- No te preocupes. Todo saldrá según lo planeado.

Una vez más, ingresó en la filmación. La habitación estaba vacía y se colocó en el escritorio. Entonces, tal como se esperaba, apareció Lauren Bacall, que interpretaba a la bella Vivian. Sus miradas se encontraron y ella se detuvo en seco. Sergio no acertó a decir nada y se quedó completamente prendado de sus ojos. ¡Era tan hermosa..!

Fran se desgañitaba para que saliese de ahí cuanto antes. Su estridente vocerío no sirvió absolutamente de nada; Sergio no podía oírle de ningún modo. De pronto, Philip Marlowe irrumpió en la estancia y apartó a Vivian mientras apuntaba a Sergio con una pistola.

- ¡No muevas un solo músculo, muchacho! ¿Qué haces aquí? 
 
La impresión de un cañón apuntándole directamente al pecho, sacó a Sergio de su ensimismamiento y le hizo ver su error.  Sin embargo ya era demasiado tarde. Pensó en salir corriendo, pero estaba muy claro que no podría dar ni un par de pasos antes de que una bala lo frenase en seco, quizá para siempre. Se mantuvo callado, mientras un radiante Humphrey Bogart, con el mismo aspecto de duro que tantas veces el propio Sergio había alabado, se dirigió de nuevo a él.

- Se te ha comido la lengua el gato ¿eh? Pues ya puedes desembuchar o tendré que hacerte un agujero en ese curioso atuendo que llevas.

Fran estaba petrificado contemplando la escena. ¿Qué podía hacer? Apagar el vídeo o rebobinar no era precisamente la mejor opción, pues desconocía las consecuencias que ello desencadenaría. Sólo se le ocurrió una solución. La vida de su amigo estaba en juego y no lo dudó.

Cuando por la retaguardia de Philip Marlowe se le abalanzó, surgiendo de la nada, un individuo, Vivian soltó un grito de sorpresa y miedo. El revólver que esgrimía el detective aterrizó a los pies de Sergio y éste lo recogió con rapidez, dirigiéndolo hacia su oponente.

- Se han cambiado las tornas ¿eh amigo?- le dijo en sus propias narices al bueno de Humphrey.

En realidad se trataba de Philip Marlowe, pero Sergio prefería pensar que le estaba ganando la partida al gran Humphrey Bogart. A Fran todo esto no le hacía ninguna gracia.

- Déjate de tonterías peliculeras Sergio y vámonos de aquí cuanto antes.
- ¿Quiénes sois vosotros y de dónde habéis salido?- Preguntó el detective Marlowe
- ¡No le contestes más y saltemos de una vez!- dijo Fran
-  No te preocupes Fran. vete tú primero. Yo voy detrás de ti
- De acuerdo. No olvides dejar caer la pistola

El detective y Vivian asistían estupefactos a la conversación que se estaba produciendo. Fran no perdió ni un segundo y traspasó la pasarela completando el camino de vuelta.

     Cuando volvió en sí estaba tumbado en la sala.  Ya había amanecido y hacía un sol radiante. Se quedó quieto, con la espalda apoyada en el suelo durante unos minutos, repasando los acontecimientos vividos. Luego se levantó con precaución. Aún estaba ligeramente mareado y un tanto dolorido. ¿Dónde estaba Sergio? Miró a su alrededor y no observó nada que delatase su presencia. Lo llamó, pero no obtuvo respuesta alguna. ¿Qué había ocurrido? Sergio tenía que haber saltado tras él. Echó un vistazo al reproductor y comprobó que estaba apagado. La mueca de horror que se dibujó en su rostro fue señal inequívoca de que lo había entendido todo. Al traspasar la puerta en el retorno, se equilibró el ciclo de paridad que cerraba el pasadizo abierto por él mismo a la ida. Eso produjo de nuevo la explosión de luz; con ello el apagado del reproductor y con toda seguridad el reajuste de la grabación a su contenido primitivo. Esto último quedó confirmado cuando revisó la cinta. En este punto se desmadejó en un llanto inconsolable. Pero, si no recordaba mal, Sergio tenía unos diez segundos de margen antes de que todo se hubiese cerrado ¿Qué le habrá pasado?, se preguntó a sí mismo. En un ataque de rabia extrajo la película y la lanzó con fuerza hacia la pared. El impacto rompió la carcasa e hizo que se derramasen los fotogramas, lo que aterró aún más si cabe a Fran. Ahora sí que la había cagado a base de bien. Si existía alguna posibilidad de traer de vuelta a Sergio, acababa de tirarla por la borda con su infantil rabieta.

      Los días siguientes los pasó como un zombi; realizando únicamente actividades vitales; con la mente perdida; en un duermevela constante; recorriendo como un autómata los trayectos que conectaban habitación, cocina y baño. Una mañana se atrevió a volver al salón y decidió terminar con todo. Destruir reproductor y cinta para después pegarse el último baño de su vida, vaciándose de sangre. Al recoger la maltrecha carcasa con sus tripas de celuloide desparramadas, no pudo evitar echar un último vistazo a los fotogramas que habían quedado al descubierto. Posteriormente procedería a incinerarlos, pues constituían el ataúd en el que en cierto modo descansaba Sergio. Mientras pasaba su vista por el rollo no le pasó desapercibido algo bastante raro. En algunas partes, parecía como si en un mismo fotograma hubiese más de una imagen apilada. Su corazón comenzó a palpitar con gran intensidad y un pequeño hilo de esperanza se enredó en su ánimo. Con una potente lupa examinó con cuidado la película, confirmando su primera impresión. En efecto, había muchos trozos en los que en un segundo plano se podían intuir grabaciones distintas a la versión original. Estás eran tan débiles que seguramente no eran visibles al proyectarlas. Por supuesto, este fenómeno ocurría en los lugares en los que Sergio y él mismo habían intervenido. Pero había otros muchos pasajes en los que también se daba esta especie de grabación múltiple.

      Un hora más tarde, Fran salió del apartamento con el rollo a buen recaudo. Ya habría tiempo de reconstruir la carcasa; ahora su misión era dar con un buen fotógrafo al cual plantearle la tarea quirúrgica que se le había ocurrido. Tuvo que recorrer varios establecimientos hasta encontrar a alguien dispuesto a intentar realizarla. El reto era tratar de obtener fotos de los fotogramas múltiples, de manera que la imagen en segundo plano quedase resaltada. Posteriormente vendría el proceso de revelado a la manera tradicional, en blanco y negro. Finalmente, esos nuevos negativos serían insertados en el rollo, a continuación de los otros. El objetivo era que el proyector fuese entonces capaz de emitirlos. Lo que ocurriese a partir de ese momento sólo eran conjeturas y deseos sin ningún tipo de fundamento teórico. Fran convenció al experto fotógrafo con un suculento incentivo económico, para que se pusiese de inmediato manos a la obra y se citó de nuevo con él a la mañana siguiente para recoger el trabajo terminado.

      Esa noche no pegó ojo. Aprovechó para reparar la carcasa y dejarla dispuesta para alojar el nuevo montaje de “El sueño eterno”, que ya se había convertido más bien en “Pesadilla sin fin”.  ¡Esta será la versión de Fran!, se dijo a sí mismo soltando una sonora risotada. Era la primera vez que se reía en una semana. Se sentía relativamente optimista. Comprobó que el aparato no tenía desperfectos y  aprovechó para añadir un invitado de lujo a una tertulia televisiva nocturna: un pequeño roedor que causó un gran revuelo en el plató y no precisamente por sus argumentaciones.

      Según lo prometido, la cirugía fotográfica estaba concluida al día siguiente. El propietario de la tienda le comentó que había tenido que añadir bastante celuloide debido al gran número de fotogramas múltiples. Eso no extrañó demasiado a Fran. Al fin y al cabo, era obvio que Sergio y él no habrían sido los primeros en explotar la extraordinaria cualidad del reproductor, infiltrándose en el “sueño eterno.”  Así pues, abonó religiosamente lo acordado y volvió de nuevo a casa prácticamente sin tocar el suelo. Atravesó calzadas sin respetar los semáforos, lo que le costó un disgusto en forma de estridente claxon, mezclado con chirriar de neumáticos en el asfalto y aliento de motor diesel en el muslo. Con un ligero ademán de disculpa zanjó la cuestión y continuó su vertiginoso paseo. Entró en el portal y subió las escaleras de cuatro en cuatro por no esperar por el ascensor y eso que su destino se elevaba hasta el noveno. Tras entrar en el apartamento, le faltó tiempo para meter la “nueva” película en la carcasa, que quedaba bastante ajustada dado el considerable incremento de tamaño, e introducir posteriormente ésta en el aparato. Sólo quedaba darle al play y experimentó un “dejà vu”. Se tomó un respiro de un par de minutos, inspirando y expirando con lentitud, repasando mentalmente los detalles. Entonces, acarició dulcemente la tecla y, a la postre, la pulsó.

      De nuevo, título y reparto se presentaron en la imagen y a continuación se desarrolló toda la filmación. Se le saltaron las lágrimas cuando un coche negro a punto estuvo de atropellar a su amigo Sergio, que se apartó hacia la cuneta; se rió con ganas en la grandiosa escena en la que Philip Marlowe apuntaba a su amigo; su hilaridad aumentó cuando él mismo se subió a la chepa del detective e hizo caer el revólver al suelo. Después, hubo un pequeño fundido en negro justo cuando se reprodujo el instante en el cual el propio Fran inició el retorno a casa y dejó atrapado a Sergio en aquel despacho. Luego ya no hubo más apariciones de su colega, sin embargo un nuevo personaje cobró vida en el largometraje. Se trataba de un hombre robusto, bien vestido, con aires de suficiencia, que campaba a sus anchas por gran parte de las escenas y que incluso, al igual que había sucedido  con Sergio y Fran, tuvo una trifulca en el mismo despacho que ellos. Por lo visto en esta parte debía de haber varias capas grabadas. En aquella oficina habían confluido el detective, la hermosa Vivian, Sergio, el propio Fran y este nuevo intérprete polizón.

         El temido “The End” acabó por presentarse sin que nada “raro” hubiese ocurrido a excepción de lo ya relatado. Pero Fran no estaba dispuesto a darse por vencido. Por alguna curiosa intuición propiciada por su rabia interna, volvió a reproducir la grabación una vez tras otra, de manera compulsiva. Si todo había sido en vano, al menos tendría el desahogo de quemarlo todo a base de pasar “eternamente” su odiado “The big sleep”.  Durante el enésimo pase de aquella sesión continua, el cansancio le pasó factura y se quedó dormido. Eso le ahorró sufrir las consecuencias del desagradable estruendo y cegador resplandor que se produjo justo durante una de las emisiones del “fundido oscuro”. La magnitud eléctrica fue de tal calibre que provocó un apagón en toda la manzana. Fran pasó de estar dormido a quedar inconsciente, como un hielo que se transforma directamente en vapor de agua.

Cuando volvió en sí y abrió los ojos, lo primero que contempló fue la sonrisa de su querido amigo.

- Por fin te has despertado. Por un momento pensé que te perdíamos.

Fran, aún aturdido, no sabía si todavía estaba soñando y sólo acertó a preguntar

- ¿Sergio…?  ¿Eres tú..?
- Sí, Fran. Estoy de vuelta. Ahora descansa y no te preocupes por nada, toma, bébete esto y descansarás.

Sin acabar de discernir si aquello era real o no, Fran obedeció y cayó en un profundo sueño. Estaba completamente agotado física y emocionalmente.

Abrió los ojos doce horas después.  Lo habían acostado cómodamente en una cama. Permaneció callado, poniendo en orden sus recientes vivencias y recuerdos. Un sonido de risas y animada conversación le llegó débilmente, apagado por la distancia. Cuando se disponía a levantarse entró Sergio en la estancia.

- ¡Hombre!, por fin has amanecido. Precisamente venía  a despertarte.
- ¡Sergio!, amigo mío. ¡Estás bien!
- Sí, Fran. ¡Muy bien!- asintió Sergio mostrando entusiasmo
- ¿Por qué no viniste detrás de mí la primera vez Sergio?- preguntó Fran todavía somnoliento.
- Bueno, Marlowe se abalanzó sobre mí cuando me disponía a saltar y tuvimos un… digamos… cambio de impresiones. Tienes que contarme tú cómo has conseguido restablecer el portal para que pudiésemos regresar.
- Claro, ¡Me doy una ducha y te lo explico con todo detalle! ¡No sabes cuánto he sufrido..!- dijo Fran mientras se levantaba de la cama.

      De pronto, cayó en la cuenta de las últimas palabras de su colega.

- Un momento…. ¿Has dicho… pudiésemos?
- Sí, Fran; así es. ¡Verás…!, quiero presentarte a unos… amigos

Ante la preocupante mirada de Fran, Sergio salió  para regresar de nuevo acompañado de dos personas.

- Este es Robert, el constructor y primer propietario del reproductor. El aventurero y millonario desaparecido hace dos décadas. ¿Recuerdas?

Fran asintió  con una forzada sonrisa en ademán de saludo, mientras pensaba: “así que el señor robusto se llama Robert…”. En este punto levantó la vista y su boca se abrió de par en par.

- ¡Sergio…! ¿Te has traído a Lauren…?
- ¡Vivian!; ahora se llama Vivian.   Sí, se ha venido conmigo. No pude evitarlo. Ha sido un amor a primera vista - respondió Sergio, mientras la tomaba por la cintura y la besaba dulcemente en la mejilla.
- ¡Venga, levántate y acompáñanos! – continuó Sergio - Nos disponíamos a comer. Tenemos mucha información que intercambiarnos. Por cierto, la promesa que te hice no tendré más remedio que cumplirla. El equipo ha quedado absolutamente inservible. Digamos que está completamente chamuscado. El peso de tantos pasajeros simultáneamente ha sido demasiado para él.

Dubitativo, sin tener claro todavía si aquello era real, Fran  arrastró sus pies hacia la ducha. Luego, más despejado, se dirigió al salón. Al transitar por el vestíbulo observó que la puerta de la calle estaba entreabierta.

- ¿Alguien ha salido a la calle?- preguntó

La voz de Sergio le llegó desde el comedor

-No, Fran. Aquí hemos permanecido desde que nos despertamos del shock a nuestro regreso. Déjate de preguntas y siéntate a la mesa. ¡Tengo un hambre feroz! 

Ésta última frase fue acompañada por una risa generalizada de la que Fran no fue partícipe. Con gesto serio y una injustificada preocupación, tomó asiento y cogió un trozo de pan de la bandeja que Robert le ofrecía con una “robusta” sonrisa. 

A unos cuarenta metros en vertical, frente al portal del edificio, un hombre con sombrero y gabardina mira hacia la ventana. Tira el cigarrillo al suelo y lo pisa con fuerza. A Philip Marlowe nunca se le ha escapado nadie. Y esta vez no está dispuesto a crear una excepción. No piensa precipitarse. Debe familiarizarse con ese mundo al que ha viajado a través de una especie de “túnel del tiempo”, siguiendo a los secuestradores de Vivian. Llegó sólo unos segundos después y podría haberlos ajusticiado en el salón de la casa, cuando se despertó y se los encontró aún inconscientes, pero hubiese sido un acto cobarde, ruin. Además, él es un detective, no un vulgar asesino y antes de darles su merecido tiene que saber con detalle los motivos. Todo llegará a su debido tiempo.