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Sintonizó el canal con precisión.
Ya había ejecutado esta acción suficientes veces como para poder realizarla de
memoria; con los ojos cerrados si fuese necesario. Ahora se lo estaba mostrando
a Fran, su único auténtico amigo. Éste se encontraba entre impaciente y
sorprendido, pues Sergio le había anunciado que observaría algo que no podría
creer. No consiguió que le avanzase nada más, a pesar de su insistencia.
- No te lo puedo explicar. Tardaría demasiado
tiempo y me tomarías por loco. Mejor, compruébalo tú mismo.
Así que esa
tarde, se dirigieron al piso que Sergio tenía alquilado e inmediatamente
comenzó el ritual practicado en numerosas ocasiones durante las últimas
semanas.
- ¡Ya está sintonizado! Ahora veamos si funciona.
Sergio comenzó
a visionar los canales, cuya señal pasaba a través del “extraño” reproductor
antes de mostrar la imagen en el televisor. Se trataba de un viejo vídeo que
había adquirido a buen precio en una tienda de antigüedades. Fran no pudo
contenerse más.
- Esto no es nuevo para mi, Sergio; es la forma
tradicional de sintonizar un aparato de vídeo a la tele. ¿Para esto tanto
misterio?
- Espera, no te impacientes. Ya te dije que ibas a
alucinar. Casi hemos terminado… Bueno, ¡ya está!
Se sentaron en
el sofá y Sergio eligió el primer canal que encontró en el que se emitía un
programa en directo. Una de esas emisiones que abundan en la parrilla y que
inundan las mañanas con multitud de variedades poco interesantes y llenas de
morbo. En este caso, una atractiva mujer se encontraba comentando las últimas
novedades sobre la separación de dos famosos personajes de la farándula. A su
alrededor, un rebaño de colaboradores que se interrumpía constantemente en un
simulacro de tertulia de gallinero, aportaba datos y opiniones totalmente
inocuas intelectualmente. Sergio se acercó a la cocina y volvió con un huevo.
- ¡Toma!, coge este huevo y haz lo que te diga.
Aunque te parezca lo más absurdo del mundo.
- ¡Qué misterio es este, Sergio! ¿Es que te has
vuelto loco?
- Tú hazme caso y verás. Coge el huevo, te digo.
Muy bien, ahora… lánzalo hacia la pantalla y asegúrate de que impactas en la
imagen.
Fran miró a su
amigo con un rictus mezcla de sorpresa y compasión. Aquello era digno de cámara
oculta. La instantánea del momento representaba a dos muchachos de unos veinte
años, que se contemplaban mutuamente con gestos bien distintos. Mientras uno
dibujaba en su rostro una sonrisa de convencimiento y complicidad, como la
reservada a cuando se le entrega un paquete regalo a un ser querido y se espera
a que éste compruebe el contenido, el otro presentaba cara de estupefacción y
escaneaba de arriba abajo a su colega, preguntándose la identidad del mal que
sin duda le aquejaba.
Sergio
y Fran se conocían desde hacía tan sólo unos meses. Tras un inicio un tanto
tormentoso, habían conectado de forma extraordinaria. Sergio era alto, cerca
del metro noventa, de complexión fuerte. Su media melena rubia y sus ojos de un
profundo tono azulado, conformaban un atractivo lote que hipnotizaba a la mayor
parte de las chicas que conocía. Sin embargo no tenía ningún interés por las
relaciones amorosas. Era una persona poco sociable. Carecía de hermanos y había
perdido a sus padres en un accidente cuando sólo tenía doce años. Desde
entonces, hasta que alcanzó la mayoría de edad y pudo emanciparse, vivió con un
un hermano de su madre que se pasaba semanas enteras de viaje. Podría decirse
que era un solitario; con gran desarraigo familiar. De hecho llevaba una buena
temporada sin saber nada de su tío, único nexo sanguíneo que le quedaba. Todo
el tiempo libre que le dejaba su trabajo como guardia de seguridad, lo empleaba
en su gran pasión: la electrónica. Se dedicaba a comprar equipos electrónicos
viejos de todo tipo, sin importar el estado que presentasen. Es más, cuanto más
deteriorados mejor, pues así el reto de volver a ponerlos en funcionamiento era
más apasionante. Fran tenía el aire del típico empollón. Algo más bajo, moreno,
pelo corto, gafas gruesas que enmarcaban unos enormes ojos negros; con una
barba poco poblada provista de ciertas
calvas en los extremos. Procedía de un pequeño pueblecito enclavado en las
montañas pirenaicas y llevaba dos años en Madrid, becado por el Ministerio para
estudiar Ingeniería Industrial. También era
callado y con problemas de adaptación. Esta característica común, además
de la afición que compartían, fue clave para que congeniasen desde el principio.
Sus vidas
habían confluido en el rastro; en un puesto repleto de aparatos desvencijados
en el que radios, equipos de música, televisores y demás “reliquias”, se
amontonaban formando una cordillera de material eléctrico, aluminio y plástico
duro. El encuentro no tuvo un principio muy agradable, pues supuso una dura
pugna por una pequeña máquina tragaperras que tenía un aspecto deplorable. La
inusual presencia de este tipo de objetos no pasó desapercibida para los dos
chicos y se enzarzaron en una subasta improvisada cuyo vencedor fue sin lugar a
dudas el vendedor. Finalmente Sergio “perdió” el duelo, ya que, debido a su
extrema tozudez, tuvo que adquirir la pieza por un precio desorbitado. Sin
embargo ambos ganaron un prometedor inicio de amistad, cuando después de la
dialéctica pelea terminaron juntos en un bar, apurando una cerveza tras otra
mientras se ponían al día en cuanto a sus respectivas vidas y aficiones. Sin
duda la tasa alcohólica propiciada por las cervezas consumidas, tuvo mucho que
ver para que venciesen sus respectivas timideces y se soltasen la lengua. La
máquina tragaperras nunca llegó a funcionar de nuevo a pesar de los ímprobos
esfuerzos, pero ocupaba un lugar preferencial en el salón de la casa de Sergio,
como estandarte de la hermosa relación de la cual era la responsable material.
- ¡Venga!, ¿A qué esperas Fran? ¡Lanza de una vez
el huevo!
- ¿Qué broma es esta, Sergio?
- ¡Que lances el puto huevo ya! Y de paso apunta a
la cara de ésa, ¡que me saca de quicio!
No sin una
última mirada inquisitoria, que tuvo como respuesta en Sergio un movimiento de
barbilla señalando hacia la pantalla, acompañado de un brusco levantamiento de
cejas, Fran lanzó el huevo con poca fuerza y menor convencimiento, esperando un
impacto que embadurnase el cristal con una desordenada mezcla de yema y clara.
Sin embargo, lo que ocurrió fue algo muy distinto.
El huevo
traspasó el vidrio como si se tratase de una ventana abierta hacia el plató y
fue a estrellarse a los pies de uno de los estridentes tertulianos. De
inmediato se hizo el silencio y la conductora del programa, con cara de
circunstancias y desconcertada ante tamaña gamberrada perpetrada sin duda por
alguien del público, dio paso a publicidad sin poder ocultar su nerviosismo.
- ¿Qué coño ha pasado Sergio?
- Lo que has visto… Le acabas de tirar un huevo a
la petarda esa. Y muy mal, por cierto,
porque ni siquiera le has dado.
- ¡Eso ya lo se! Me refería a que… ¡Cómo ha podido
suceder!
- Tranquilízate un poco amigo mío. Ya te dije que
ibas a alucinar… Escucha con atención y te lo contaré todo con detalle.
Sergio le
relató a Fran cómo semanas atrás pasó por una tienda de antigüedades que se
había inaugurado recientemente. Echando un vistazo observó un viejo reproductor
de vídeo que llamó su atención por lo inusual del diseño. Estaba fabricado de
forma casera, a base de válvulas similares a las de las radios de los años
veinte. Sin duda era una pieza exclusiva y no recordaba haber visto nada
similar en el mercado de reproductores, desde que éstos habían hecho acto de
presencia. El precio era bastante asequible ya que, como le dijo el propietario
del establecimiento, el aparato había sido rescatado, junto a otros muebles,
de una enorme y ruinosa casa de campo, antes de derribarla para hacer un bloque
de apartamentos. El dueño de la casa, un
millonario excéntrico y aventurero, había desaparecido hacía más de veinte años
a la vuelta de uno de sus viajes y una vez dado por muerto, sus herederos
querían atrapar la herencia cuanto antes y no dudaron en vender por una buena
cantidad de dinero, la mansión con todo su contenido.
Cuando llegó a
casa, Sergio examinó cuidadosamente su adquisición. Un nuevo desafío nació en
su mente: volver a hacer funcionar el artefacto, si es que había funcionado en
alguna ocasión. Tras el concienzudo examen comprobó que había piezas y
materiales que le eran desconocidos, mezclados con válvulas y condensadores que
sólo había visto en los libros. Concluido el chequeo, elaboró una pequeña lista
de recambios a comprar. Cuando se disponía a introducir el aparato en la caja
de cartón que hacía las veces de guarida, algo se desprendió y cayó al suelo.
No cabía duda, era una cinta, bastante similar a las que él conocía. Debía de
estar metida aún en el reproductor y al manipularlo se habría soltado. Mientras
se preguntaba qué habría grabado en su interior, vio la inscripción en una de
sus caras: “The big Sleep”. No había más cintas, así que si lograba repararlo,
esa sería la única película que podría visionar. Un rápido vistazo al tamaño y
grosor, le convenció de que estaba hecha para uso exclusivo del misterioso
reproductor.
Así pues, se
puso manos a la obra con inusitado ahínco. Todo el tiempo que le dejaba su
trabajo a turnos, lo empleaba en satisfacer su obsesión de conseguir poner en
marcha la máquina.
- Ahora entiendo por qué estabas tan ocupado
durante el último mes- le interrumpió Fran.
- En efecto, me encontraba completamente inmerso
en el proceso de reconstrucción.
Luego le
detalló todo el dificultoso trabajo realizado: cambiar condensadores quemados,
substituir piezas antediluvianas por otras más modernas que en algunos casos
requerían una pequeña adaptación antes de insertarlas… Al fin, todo el esfuerzo
dio su fruto cuando logró que se encendiese. En primera instancia consiguió que
enviase la señal al televisor, tras la correspondiente sintonización, pero no
había manera de ver la película. Al introducir la cinta se oía un desagradable ruido;
un chirriar similar a un grito de ratón en plena agonía. Algo insoportable que
abortaba de inmediato con un golpe de índice en la tecla adecuada. Bueno, no
era la situación óptima, pero podría decirse que al menos estaba en
funcionamiento. Era capaz de ver la televisión a través del aparato de vídeo.
¡Todo un éxito! Durante los días
siguientes al “arreglo”, quizá como homenaje a su logro, siguió los programas
de esta guisa, pasando las imágenes por el filtro del reproductor. En esas
estaba un par de semanas atrás, cuando durante un partido de fútbol, ante una
decisión conflictiva del árbitro, lanzó a la pantalla la pelota de gomaespuma
que siempre descansaba en la mesa de la sala, precisamente para esos momentos
de descarga de adrenalina.
- Lo que ocurrió después, te lo puedes imaginar.
Me quedé atónito cuando mi pelota botó en el césped, justo al lado del
colegiado. Éste, con total indiferencia, la recogió y la apartó hacia la banda.
No me lo podía creer y aterrado, apagué
la tele.
- ¿Y qué hiciste luego? ¿Por qué no me llamaste
para contármelo?- preguntó Fran
- ¿Me habrías creído?
- Bueno, dijiste que fue hace dos semanas. ¡Podías
habérmelo mostrado entonces!, como has hecho hoy.
- Primero tenía que convencerme yo mismo de que
era real; de que no estaba loco o bajo
un proceso de alucinación por haber dormido tan poco durante los días previos.
Después de aquello no se me ocurrió volver a poner la tele hasta pasadas
cuarenta y ocho horas.
A
continuación, vino la mejor parte de la historia. Transcurrido el tiempo de
cuarentena televisiva, Sergio volvió a la carga para comprobar que no había
trampa en cuanto a la extraordinaria
propiedad del reproductor. Así, hizo explotar un petardo en pleno telediario, soltó un cochinillo vivo en la final de
Wimbledon y vertió el contenido de un
bote de pintura en una rueda de prensa de un líder político al cual abominaba.
- ¡Así que fuiste tú el responsable de lo del
cochinillo y lo de la pintura! No veas lo que me reí observando la cara de los
guardaespaldas mientras buscaban un culpable. ¡Aquello fue una pasada!- comentó
Fran sin poder reprimir un buen puñado de carcajadas.
Tras los
buenos resultados de sus pequeñas gamberradas, avanzó un paso más en su
atrevimiento. El episodio del cochinillo demostraba el funcionamiento del proceso
también con seres vivos. En consecuencia no había razón para no hacer un
intento con humanos. El propio Sergio hizo de cobaya al introducirse como
espectador de lujo en la mismísima ceremonia de los premios Goya del cine
español. Hubiera querido hacerlo para ver en directo la final de la Super Bowl,
pero lo descartó debido a la supuesta necesidad de sacar un billete de avión
para regresar a Madrid, algo que no hubiese sido preciso, a tenor de lo que
sucedió posteriormente. La sensación al introducirse por la pantalla no fue
nada extraña. Obviamente, debía elegir el momento oportuno, desechando primeros
planos del presentador o momentos de agradecimiento de los premiados. No era
cuestión de que en pleno discurso de tal o cual actor, un desconocido se le
viniese encima de la nada. Así pues se situó frente al monitor a la espera del
plano adecuado. Éste llegó cuando apareció una imagen general del vestíbulo
plagado de invitados a la ceremonia. Entonces saltó con decisión y cayó en
medio de la multitud, sembrando un pequeño desconcierto. Justo el tiempo que
tardó en levantarse y escabullirse entre el gentío. En ese breve espacio
temporal, pudo observar que su irrupción se produjo sobre la cámara que en ese
momento emitía. Aunque esa cámara se moviese, el punto de entrada seguía activo
pero apenas era perceptible. Si uno se fijaba mucho podía percibir un área de
débil distorsión, como la que se produce sobre un objeto que desprende gran
cantidad de calor. El efecto constituía una especie de cortina que cerraba la
zona de transición. Para confirmarlo, Sergio aproximó su cabeza y se abrió una
pequeña tronera por la que introdujo medio cuerpo, encontrándose al punto en el
salón de su casa de mitad de torso para arriba. Con la rapidez de un resorte de
cepo, retrocedió para retornar al Hall del Palacio de Congresos, respirando
aliviado al comprobar que nadie se había percatado del suceso, a pesar de que
la cortina tardó unos diez segundos en restablecerse. La cuestión era saber si
cualquiera podría precipitarse por la
abertura. Sus dudas al respecto se esfumaron cuando varias personas atravesaron
la zona continuando su camino sin desaparecer ni modificar su trayectoria lo
más mínimo. Por lo visto, la puerta sólo se abría para el objeto que la creaba,
como si con ello se grabase una especie de código que sólo podía ser activado
por dicho objeto a modo de llave
genética.
Acabada la
ceremonia volvió al lugar con la idea de recorrer el camino inverso, pero la
distorsión ya no estaba. En los siguientes experimentos comprobó que la
pasarela se iba disipando hasta desaparecer en unas tres horas aproximadamente.
En las últimas
dos semanas realizó algunas nuevas incursiones: estuvo en varios partidos de la
liga, presenció “in situ” alguna prueba de saltos de esquí e incluso se atrevió
a infiltrarse en un par de interesantes duelos de la NBA. En todas las
ocasiones volvía al pasaje abierto antes de que se cumpliese el tiempo de
disipación, cerciorándose de que el área estuviese vacía de gente, para que
nadie pudiese observar la operación y dar tiempo a que la abertura quedase
definitivamente clausurada, tras los correspondientes segundos, sin levantar sospechas.
- Pues sí que te has divertido a base de bien - Le
espetó Fran.
-Sí, tienes toda la razón. He aprovechado muy
bien estos quince días. Ahora ha llegado el momento de compartir contigo este
secreto que no debe ser revelado. Además, quiero que trabajemos juntos para
completar la reparación. Yo ya he pedido tres semanas de vacaciones que
comienzan mañana y tú bien puedes saltarte tus clases por un tiempo. No tendrás
ningún problema en recuperarlas y seguir manteniendo el mejor expediente.
- ¿Completar la reparación? ¿A qué te refieres? - inquirió
Fran de nuevo.
- Como ya te he comentado, no he conseguido ver la
película que vino con el aparato y en estos momentos esa es mi nueva obsesión.
- Por cierto… – interrumpió Fran - ¿has intentado experimentar con programas
que no se emitan en directo?
- ¡Sabía que me harías esa pregunta! Sí, lo he
intentado, pero no funciona. En los programas en diferido no se abre la
pasarela y la pantalla se comporta de forma “tradicional.” Esto también me ha
permitido conocer la cantidad de emisiones, supuestamente en directo, que son
un fraude. Supongo que habrás oído hablar de la técnica del breve diferido en
el que hay un retardo de un par de minutos, por si ocurren imprevistos.
- En efecto, la conozco. Pero volvamos a tu
“obsesión”. ¿Para qué quieres ver esa película? ¿Acaso piensas que la cinta no
tiene grabado lo que pone en la inscripción? Por cierto, ¿Cuál era…?
-
“The big sleep” o “El sueño eterno”, que es como
se tituló en España. Una traducción literal, para variar. ¿No la conoces?
- Me suena …- respondió Fran arqueando las cejas.
- Está protagonizada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Humphrey es el detective
Philip Marlowe e investiga el asesinato de una persona, que se produjo en un
automóvil. Yo hace un montón de años que la vi. Es un clásico del cine negro. Y
contestando a tu otra pregunta, te diré que no puedo saber lo que hay en la
cinta hasta que no la visionemos. Como te dije antes, ese es mi actual
objetivo. Aparte de comprobar si el reproductor conserva su propiedad con la
cinta.
Esta última frase ya fue
demasiado para el bueno de Fran, que saltó como un resorte.
- ¿Cómo has dicho? ¿Que quieres introducirte
dentro de una película grabada? ¿Te has vuelto loco? Seguro que eso no será
posible. Si ni siquiera funciona en los programas que no se emiten en directo
¿Cómo coño va a funcionar en un vídeo grabado? En un programa en vivo te metes
en un lugar en el momento actual pero ¿A dónde viajarías si te lograses
introducir en la película? ¿Qué pasaría si se apagase la tele en ese momento…, debido
a cualquier incidente?
- Tranquilo, Fran. Todas esas preguntas y muchas
más, me las he hecho yo durante los últimos días y he llegado a la conclusión
de que la única forma de obtener las respuestas es terminar de reparar el
aparato
.
La discusión
no acabó aquí, sino que se prolongó durante toda la noche. Fran preguntó todos
los detalles que se le ocurrieron y Sergio ofreció puntual respuesta a la
mayoría de ellos. Fue una tertulia muy intensa y productiva que culminó con la
claudicación de Fran a las peticiones de su colega. Al día siguiente se
trasladó a casa de Sergio y ambos centraron todos sus esfuerzos en la nueva
meta común.
Trabajaban
estupendamente en equipo. Sergio le reveló todo lo que había reconstruido por
su cuenta y cómo lo había realizado. También le explicó la forma de reparar las
piezas averiadas. Fran escuchaba con atención, asintiendo, emitiendo expresiones
de admiración o realizado sugerencias. Una vez que se puso al día, comenzó a
tener iniciativa propia sobre el camino a seguir. Una tarde que estaban con los
últimos retoques, Fran descubrió algo que a la postre resultaría de vital
importancia.
- ¡Oye Sergio! Aquí hay un hueco en el que falta
un acumulador.
- Sí, - respondió Sergio – Ya lo he visto y en
algún momento lo puse, pero lo cierto es que no parece necesario.
- ¿Cómo no va a ser necesario…? ¡Espera un poco…! Aquí hay una especie de
resorte.
Cuando Fran lo
activó, una pequeña trampilla se abrió en el frontal del aparato por donde
surgió un portalámparas que carecía de bombilla. Sergio se quedó boquiabierto y
exclamó:
- ¡Dios mío!, ¡reproduce mediante proyección! ¡Por eso mismo no funcionaba! El horrible
ruido debía de ser producto de algún roce.
Acto seguido,
abrieron la carcasa de la cinta para comprobar que contenía una película
realizada a base de fotogramas.
- ¡Cómo no se me ocurrió mirarlo antes! – se
lamentó Sergio. – Ahora lo entiendo todo. Debemos conseguir una nueva lámpara.
- Me temo que no será fácil- dijo Fran – Nunca he
visto un casquillo como este.
- ¡Bueno!. Pues volveré a la tienda a ver si está
por allí- concluyó Sergio
Una hora más
tarde, regresó con una sonrisa de triunfo.
- ¡Voilà! ¡La auténtica Lámpara!
Invirtieron el resto de la tarde y toda la noche en terminar el
trabajo. Finalmente todo quedó dispuesto para la prueba definitiva. Con el
proyector retráctil en la posición adecuada,
Fran encendió el aparato y Sergio introdujo la cinta. El tedioso e
insufrible ruido de antaño se había exiliado. Ya sólo quedaba pulsar el “play”.
Ambos amigos se miraron sin que ninguno se atreviese a tomar la iniciativa.
- Debes ser tú el que haga los honores- le indicó
Fran a Sergio
- Fran, ¿eres consciente de la importancia de este
momento?
- ¡Sí, pesado! Aprieta el botón y veamos qué pasa.
Sin más
vacilaciones, Sergio realizó la maniobra. Transcurridos unos segundos que
parecieron eternos, en la pared lateral de la sala, que hacía las veces de
pantalla, apareció el título: “The big Sleep” y a continuación los nombres de
los actores del reparto. Los dos chicos estudiaron los fotogramas que se iban
sucediendo, sin emitir sonido alguno ni cruzar miradas y así permanecieron,
hipnotizados, casi sin pestañeos, hasta que las palabras “The End” y los
ulteriores títulos de crédito desaparecieron. Finalizada la proyección, Sergio
rompió el silencio.
- ¡Funciona!
- Eso parece…- respondió Fran, de manera
automática.
- ¿Sabes una cosa, Fran? Me acabo de enamorar de
Vivian, quiero decir…, de Lauren Bacall.
- ¡Sí que
es preciosa!- asintió Fran
- En fin… - continuó Sergio - Creo que es hora de
que veamos si es posible entrar ¿quién se atreve?
- ¡Bueno! – titubeó Fran- Eh… Mejor yo me quedo fuera para controlar
que no ocurra nada.
- ¡De acuerdo! Entonces entraré yo. Sólo será un
instante; simplemente para comprobar si realmente se puede.
- Sergio, ¡por favor! Ten mucho cuidado – le rogó
Fran
- No te preocupes, amigo. Lo he hecho ya bastantes
veces y sé cómo manejarme.
- Ya, pero nunca en estas condiciones. Nunca en
una grabación.
- ¡Que no te preocupes!, tendré precaución.
Además, será sólo un momento.
Iniciaron un
nuevo pase de la película y buscaron un lugar
que resultase adecuado para el intento
de “inmersión.” Ambos coincidieron en que éste había llegado con la
presentación en pantalla de un nocturno paisaje boscoso, al pié de una
carretera. Sergio acercó prudentemente la mano a la pared y con gran sorpresa la
traspasó sin que opusiese la menor resistencia. Luego le siguió el resto del cuerpo
y ante la atónita mirada de Fran, quedó infiltrado en la proyección. Mientras
Sergio, desde el “otro lado”, le dedicaba un saludo de victoria a Fran, bajo el
supuesto de que lo vería, éste observó que un coche se acercaba por la
carretera. Gritó, inútilmente, para avisar a su amigo. El impacto parecía
inevitable cuando en el último instante Sergio se dio cuenta y saltó a la
cuneta, rodando sobre sí mismo. El automóvil no detuvo su marcha y el plano
cambió. ¿Dónde se había ido Sergio? ¿Cómo volvería a casa? No había acabado de
formular esta segunda cuestión cuando un gran resplandor inundó todo el salón.
Sergio apareció de nuevo, completamente aturdido y semiinconsciente. Fran trató
de reanimarlo y mostró su alegría por volver a ver a su amigo.
- ¡Estás de vuelta! Nunca me he alegrado tanto de
verte. ¡Ha estado a punto de atropellarte!
Cuando se recuperó por completo,
Sergio también dio rienda suelta a su entusiasmo.
- ¿Has visto? ¡He podido entrar!
Ambos se abrazaron, entre sonoras
carcajadas de felicidad.
-Vamos a comentar la jugada mientras comemos algo-
Le dijo Sergio, dirigiéndose a la habitación para quitarse la ropa con la
intención de pegarse una buena ducha reparadora.
Al sacarse los
pantalones, metió la mano en el bolsillo y se encontró con unas cuantas
piedrecillas de asfalto. También observó que su camisa tenía restos de tierra y
ramas. Al principio no le dio importancia, pero minutos más tarde, cuando el
agua caliente le caía por la cabeza y se deslizaba por todo su cuerpo, tomó
conciencia de lo que significaba. ¡Se podía influir en la grabación! ¡Había
traído objetos de la película! Prácticamente desnudo irrumpió en la cocina,
donde Fran estaba preparando algo para comer.
- Tenemos que poner de nuevo la cinta y revisar el
pasaje en el que me introduje. ¡Tiene que ser ahora mismo!
- ¿No puedes espera a después de comer? ¡Me muero
de hambre!
- No Fran. ¡Debe ser ahora!
Sergio se puso
una toalla a la cintura y se abalanzó sobre el reproductor. La película comenzó
de nuevo y al llegar a la escena de la carretera, un coche negro pasó a gran
velocidad, cambiando posteriormente el plano, tal como estaba previsto. No
había ni rastro de Sergio ni, por supuesto, se produjo el incidente del casi
atropello. A efectos de la grabación, nada nuevo había sucedido y todo estaba
en su estado original.
- Oye Fran. ¿Tú crees que si no llego a esquivar
el coche, me hubiese llevado por delante?
- ¿Qué quieres decir…?
- Mira, no hay ni rastro de lo que has visto
cuando entré. No se ha modificado la grabación; el coche no ha parado, como si
el conductor no fuese consciente de mi presencia. Así pues, es posible que
aunque pudiera ingresar en la película y tú me hayas visto como un personaje
más, el resto de ellos no sea capaz de detectarme y yo sea una especie de
fantasma invisible.
Dicho esto, Sergio se quedó
paralizado durante unos segundos, para continuar su reflexión…
- Sin embargo… ¿Cómo he podido traerme de vuelta unas cuantas
piedrecitas y algunas ramas mezcladas con tierra…? Fran, he de volver allí y
resolver la cuestión de si se puede interactuar con los personajes.
- Definitivamente, has perdido el juicio. Creo que
nos estamos pasando de la raya ¿Por qué no lo dejamos de momento? Ya hemos
conseguido el objetivo de hacer funcionar el reproductor y poder ver la cinta.
¿No te parece suficiente?
- No, Fran. No es suficiente para mí. Tienes que
ayudarme a volver. Te prometo que en cuanto aclare esta duda lo dejaré estar.
¡Venga! Sólo una última vez.
- De acuerdo. Una última vez. ¡Lo has prometido,
recuerda! Pero antes… comamos algo.
Una hora más
tarde estaban de nuevo planificando la estrategia a seguir. En primer lugar
debían ver de nuevo la película, determinando los momentos más idóneos para la
incursión. Después elaboraron un pequeño guión de actuación que les permitiese
conocer si realmente se podía influir en la cinta, aunque luego la influencia
no quedase registrada, como ya habían comprobado. Era preciso ser lo menos
invasivo posible, pero lo suficiente como para poder resolver la cuestión. Al
cabo de unas cuantas horas más, siendo ya
de madrugada, convinieron en que todo estaba listo para la nueva expedición.
- Sergio,
debes sentarte detrás la mesa. Entonces, Vivian entrará y supuestamente
mirará en tu dirección. Simplemente la saludas y contemplas su reacción. Luego,
sin mediar palabra saltas de nuevo aquí. ¿Lo has entendido?
- ¡Claro y cristalino! ¡Mi general!- respondió
Sergio saludando militarmente.
- Y recuerda que sólo dispones de 20 segundos
antes de que entre en escena el detective Philip Marlowe.
- No te preocupes. Todo saldrá según lo planeado.
Una vez más,
ingresó en la filmación. La habitación estaba vacía y se colocó en el
escritorio. Entonces, tal como se esperaba, apareció Lauren Bacall, que
interpretaba a la bella Vivian. Sus miradas se encontraron y ella se detuvo en
seco. Sergio no acertó a decir nada y se quedó completamente prendado de sus
ojos. ¡Era tan hermosa..!
Fran se
desgañitaba para que saliese de ahí cuanto antes. Su estridente vocerío no
sirvió absolutamente de nada; Sergio no podía oírle de ningún modo. De pronto,
Philip Marlowe irrumpió en la estancia y apartó a Vivian mientras apuntaba a
Sergio con una pistola.
- ¡No muevas un solo músculo, muchacho! ¿Qué haces
aquí?
La impresión
de un cañón apuntándole directamente al pecho, sacó a Sergio de su
ensimismamiento y le hizo ver su error.
Sin embargo ya era demasiado tarde. Pensó en salir corriendo, pero
estaba muy claro que no podría dar ni un par de pasos antes de que una bala lo
frenase en seco, quizá para siempre. Se mantuvo callado, mientras un radiante
Humphrey Bogart, con el mismo aspecto de duro que tantas veces el propio Sergio
había alabado, se dirigió de nuevo a él.
- Se te ha comido la lengua el gato ¿eh? Pues ya
puedes desembuchar o tendré que hacerte un agujero en ese curioso atuendo que
llevas.
Fran estaba
petrificado contemplando la escena. ¿Qué podía hacer? Apagar el vídeo o
rebobinar no era precisamente la mejor opción, pues desconocía las
consecuencias que ello desencadenaría. Sólo se le ocurrió una solución. La vida
de su amigo estaba en juego y no lo dudó.
Cuando por la
retaguardia de Philip Marlowe se le abalanzó, surgiendo de la nada, un
individuo, Vivian soltó un grito de sorpresa y miedo. El revólver que esgrimía
el detective aterrizó a los pies de Sergio y éste lo recogió con rapidez,
dirigiéndolo hacia su oponente.
- Se han cambiado las tornas ¿eh amigo?- le dijo
en sus propias narices al bueno de Humphrey.
En realidad se
trataba de Philip Marlowe, pero Sergio prefería pensar que le estaba ganando la
partida al gran Humphrey Bogart. A Fran todo esto no le hacía ninguna gracia.
- Déjate de tonterías peliculeras Sergio y vámonos
de aquí cuanto antes.
- ¿Quiénes sois vosotros y de dónde habéis salido?-
Preguntó el detective Marlowe
- ¡No le contestes más y saltemos de una vez!-
dijo Fran
- No te preocupes Fran. vete tú primero. Yo voy
detrás de ti
- De acuerdo. No olvides dejar caer la pistola
El detective y
Vivian asistían estupefactos a la conversación que se estaba produciendo. Fran
no perdió ni un segundo y traspasó la pasarela completando el camino de vuelta.
Cuando
volvió en sí estaba tumbado en la sala.
Ya había amanecido y hacía un sol radiante. Se quedó quieto, con la
espalda apoyada en el suelo durante unos minutos, repasando los acontecimientos
vividos. Luego se levantó con precaución. Aún estaba ligeramente mareado y un
tanto dolorido. ¿Dónde estaba Sergio? Miró a su alrededor y no observó nada que
delatase su presencia. Lo llamó, pero no obtuvo respuesta alguna. ¿Qué había ocurrido? Sergio tenía
que haber saltado tras él. Echó un vistazo al reproductor y comprobó que estaba
apagado. La mueca de horror que se dibujó en su rostro fue señal inequívoca de
que lo había entendido todo. Al traspasar la puerta en el retorno, se equilibró
el ciclo de paridad que cerraba el pasadizo abierto por él mismo a la ida. Eso
produjo de nuevo la explosión de luz; con ello el apagado del reproductor y con
toda seguridad el reajuste de la grabación a su contenido primitivo. Esto
último quedó confirmado cuando revisó la cinta. En este punto se desmadejó en
un llanto inconsolable. Pero, si no recordaba mal, Sergio tenía unos diez
segundos de margen antes de que todo se hubiese cerrado ¿Qué le habrá pasado?,
se preguntó a sí mismo. En un ataque de rabia extrajo la película y la lanzó
con fuerza hacia la pared. El impacto rompió la carcasa e hizo que se
derramasen los fotogramas, lo que aterró aún más si cabe a Fran. Ahora sí que
la había cagado a base de bien. Si existía alguna posibilidad de traer de
vuelta a Sergio, acababa de tirarla por la borda con su infantil rabieta.
Los
días siguientes los pasó como un zombi; realizando únicamente actividades
vitales; con la mente perdida; en un duermevela constante; recorriendo como un
autómata los trayectos que conectaban habitación, cocina y baño. Una mañana se
atrevió a volver al salón y decidió terminar con todo. Destruir reproductor y cinta
para después pegarse el último baño de su vida, vaciándose de sangre. Al
recoger la maltrecha carcasa con sus tripas de celuloide desparramadas, no pudo
evitar echar un último vistazo a los fotogramas que habían quedado al
descubierto. Posteriormente procedería a incinerarlos, pues constituían el
ataúd en el que en cierto modo descansaba Sergio. Mientras pasaba su vista por
el rollo no le pasó desapercibido algo bastante raro. En algunas partes,
parecía como si en un mismo fotograma hubiese más de una imagen apilada. Su
corazón comenzó a palpitar con gran intensidad y un pequeño hilo de esperanza
se enredó en su ánimo. Con una potente lupa examinó con cuidado la película,
confirmando su primera impresión. En efecto, había muchos trozos en los que en
un segundo plano se podían intuir grabaciones distintas a la versión original.
Estás eran tan débiles que seguramente no eran visibles al proyectarlas. Por
supuesto, este fenómeno ocurría en los lugares en los que Sergio y él mismo
habían intervenido. Pero había otros muchos pasajes en los que también se daba
esta especie de grabación múltiple.
Un
hora más tarde, Fran salió del apartamento con el rollo a buen recaudo. Ya
habría tiempo de reconstruir la carcasa; ahora su misión era dar con un buen
fotógrafo al cual plantearle la tarea quirúrgica que se le había ocurrido. Tuvo
que recorrer varios establecimientos hasta encontrar a alguien dispuesto a
intentar realizarla. El reto era tratar de obtener fotos de los fotogramas
múltiples, de manera que la imagen en segundo plano quedase resaltada.
Posteriormente vendría el proceso de revelado a la manera tradicional, en
blanco y negro. Finalmente, esos nuevos negativos serían insertados en el rollo,
a continuación de los otros. El objetivo era que el proyector fuese entonces
capaz de emitirlos. Lo que ocurriese a partir de ese momento sólo eran
conjeturas y deseos sin ningún tipo de fundamento teórico. Fran convenció al
experto fotógrafo con un suculento incentivo económico, para que se pusiese de
inmediato manos a la obra y se citó de nuevo con él a la mañana siguiente para
recoger el trabajo terminado.
Esa
noche no pegó ojo. Aprovechó para reparar la carcasa y dejarla dispuesta para
alojar el nuevo montaje de “El sueño eterno”, que ya se había convertido más
bien en “Pesadilla sin fin”. ¡Esta será
la versión de Fran!, se dijo a sí mismo soltando una sonora risotada. Era la
primera vez que se reía en una semana. Se sentía relativamente optimista.
Comprobó que el aparato no tenía desperfectos y
aprovechó para añadir un invitado de lujo a una tertulia televisiva
nocturna: un pequeño roedor que causó un gran revuelo en el plató y no
precisamente por sus argumentaciones.
Según lo
prometido, la cirugía fotográfica estaba concluida al día siguiente. El
propietario de la tienda le comentó que había tenido que añadir bastante
celuloide debido al gran número de fotogramas múltiples. Eso no extrañó
demasiado a Fran. Al fin y al cabo, era obvio que Sergio y él no habrían sido
los primeros en explotar la extraordinaria cualidad del reproductor,
infiltrándose en el “sueño eterno.” Así
pues, abonó religiosamente lo acordado y volvió de nuevo a casa prácticamente
sin tocar el suelo. Atravesó calzadas sin respetar los semáforos, lo que le
costó un disgusto en forma de estridente claxon, mezclado con chirriar de
neumáticos en el asfalto y aliento de motor diesel en el muslo. Con un ligero
ademán de disculpa zanjó la cuestión y continuó su vertiginoso paseo. Entró en
el portal y subió las escaleras de cuatro en cuatro por no esperar por el
ascensor y eso que su destino se elevaba hasta el noveno. Tras entrar en el
apartamento, le faltó tiempo para meter la “nueva” película en la carcasa, que
quedaba bastante ajustada dado el considerable incremento de tamaño, e
introducir posteriormente ésta en el aparato. Sólo quedaba darle al play y
experimentó un “dejà vu”. Se tomó un respiro de un par de minutos, inspirando y
expirando con lentitud, repasando mentalmente los detalles. Entonces, acarició
dulcemente la tecla y, a la postre, la pulsó.
De
nuevo, título y reparto se presentaron en la imagen y a continuación se
desarrolló toda la filmación. Se le saltaron las lágrimas cuando un coche negro
a punto estuvo de atropellar a su amigo Sergio, que se apartó hacia la cuneta;
se rió con ganas en la grandiosa escena en la que Philip Marlowe apuntaba a su
amigo; su hilaridad aumentó cuando él mismo se subió a la chepa del detective e
hizo caer el revólver al suelo. Después, hubo un pequeño fundido en negro justo
cuando se reprodujo el instante en el cual el propio Fran inició el retorno a
casa y dejó atrapado a Sergio en aquel despacho. Luego ya no hubo más
apariciones de su colega, sin embargo un nuevo personaje cobró vida en el
largometraje. Se trataba de un hombre robusto, bien vestido, con aires de
suficiencia, que campaba a sus anchas por gran parte de las escenas y que
incluso, al igual que había sucedido con
Sergio y Fran, tuvo una trifulca en el mismo despacho que ellos. Por lo visto
en esta parte debía de haber varias capas grabadas. En aquella oficina habían
confluido el detective, la hermosa Vivian, Sergio, el propio Fran y este nuevo
intérprete polizón.
El temido “The
End” acabó por presentarse sin que nada “raro” hubiese ocurrido a excepción de
lo ya relatado. Pero Fran no estaba dispuesto a darse por vencido. Por alguna curiosa
intuición propiciada por su rabia interna, volvió a reproducir la grabación una
vez tras otra, de manera compulsiva. Si todo había sido en vano, al menos tendría
el desahogo de quemarlo todo a base de pasar “eternamente” su odiado “The big
sleep”.
Durante el enésimo pase de
aquella sesión continua, el cansancio le pasó factura y se quedó dormido. Eso
le ahorró sufrir las consecuencias del desagradable estruendo y cegador
resplandor que se produjo justo durante una de las emisiones del “fundido
oscuro”. La magnitud eléctrica fue de tal calibre que provocó un apagón en toda
la manzana. Fran pasó de estar dormido a quedar inconsciente, como un hielo que
se transforma directamente en vapor de agua.
Cuando volvió
en sí y abrió los ojos, lo primero que contempló fue la sonrisa de su querido
amigo.
- Por fin te has despertado. Por un momento pensé
que te perdíamos.
Fran, aún aturdido, no sabía si
todavía estaba soñando y sólo acertó a preguntar
- ¿Sergio…?
¿Eres tú..?
- Sí, Fran. Estoy de vuelta. Ahora descansa y no
te preocupes por nada, toma, bébete esto y descansarás.
Sin acabar de
discernir si aquello era real o no, Fran obedeció y cayó en un profundo sueño.
Estaba completamente agotado física y emocionalmente.
Abrió los ojos
doce horas después. Lo habían acostado
cómodamente en una cama. Permaneció callado, poniendo en orden sus recientes
vivencias y recuerdos. Un sonido de risas y animada conversación le llegó
débilmente, apagado por la distancia. Cuando se disponía a levantarse entró
Sergio en la estancia.
- ¡Hombre!, por fin has amanecido. Precisamente
venía a despertarte.
- ¡Sergio!, amigo mío. ¡Estás bien!
- Sí, Fran. ¡Muy bien!- asintió Sergio mostrando
entusiasmo
- ¿Por qué no viniste detrás de mí la primera vez
Sergio?- preguntó Fran todavía somnoliento.
- Bueno, Marlowe se abalanzó sobre mí cuando me
disponía a saltar y tuvimos un… digamos… cambio de impresiones. Tienes que
contarme tú cómo has conseguido restablecer el portal para que pudiésemos
regresar.
- Claro, ¡Me doy una ducha y te lo explico con
todo detalle! ¡No sabes cuánto he sufrido..!- dijo Fran mientras se levantaba
de la cama.
De pronto, cayó en la cuenta de
las últimas palabras de su colega.
- Un momento…. ¿Has dicho… pudiésemos?
- Sí, Fran; así es. ¡Verás…!, quiero presentarte a
unos… amigos
Ante la
preocupante mirada de Fran, Sergio salió para regresar de nuevo acompañado de dos
personas.
- Este es Robert, el constructor y primer
propietario del reproductor. El aventurero y millonario desaparecido hace dos
décadas. ¿Recuerdas?
Fran
asintió con una forzada sonrisa en
ademán de saludo, mientras pensaba: “así que el señor robusto se llama
Robert…”. En este punto levantó la vista y su boca se abrió de par en par.
- ¡Sergio…! ¿Te has traído a Lauren…?
- ¡Vivian!; ahora se llama Vivian. Sí, se ha venido conmigo. No pude evitarlo.
Ha sido un amor a primera vista - respondió Sergio, mientras la tomaba por la
cintura y la besaba dulcemente en la mejilla.
- ¡Venga, levántate y acompáñanos! – continuó
Sergio - Nos disponíamos a comer. Tenemos mucha información que
intercambiarnos. Por cierto, la promesa que te hice no tendré más remedio que
cumplirla. El equipo ha quedado absolutamente inservible. Digamos que está
completamente chamuscado. El peso de tantos pasajeros simultáneamente ha sido
demasiado para él.
Dubitativo,
sin tener claro todavía si aquello era real, Fran arrastró sus pies hacia la ducha. Luego, más
despejado, se dirigió al salón. Al transitar por el vestíbulo observó que la
puerta de la calle estaba entreabierta.
- ¿Alguien ha salido a la calle?- preguntó
La voz de Sergio le llegó desde
el comedor
-No, Fran. Aquí hemos permanecido desde que nos
despertamos del shock a nuestro regreso. Déjate de preguntas y siéntate a la
mesa. ¡Tengo un hambre feroz!
Ésta última
frase fue acompañada por una risa generalizada de la que Fran no fue partícipe.
Con gesto serio y una injustificada preocupación, tomó asiento y cogió un trozo
de pan de la bandeja que Robert le ofrecía con una “robusta” sonrisa.
A unos
cuarenta metros en vertical, frente al portal del edificio, un hombre con
sombrero y gabardina mira hacia la ventana. Tira el cigarrillo al suelo y lo
pisa con fuerza. A Philip Marlowe nunca se le ha escapado nadie. Y esta vez no
está dispuesto a crear una excepción. No piensa precipitarse. Debe
familiarizarse con ese mundo al que ha viajado a través de una especie de
“túnel del tiempo”, siguiendo a los secuestradores de Vivian. Llegó sólo unos
segundos después y podría haberlos ajusticiado en el salón de la casa, cuando
se despertó y se los encontró aún inconscientes, pero hubiese sido un acto
cobarde, ruin. Además, él es un detective, no un vulgar asesino y antes de
darles su merecido tiene que saber con detalle los motivos. Todo llegará a su
debido tiempo.