Jamás imaginé que mi décimo
aniversario de boda comenzaría de esta manera. Aquí, en el portal del edificio que
alberga el piso de mi amigo Héctor; frente a la hilera de buzones en
formación de pelotón de fusilamiento, anhelando una ráfaga de disparos que no
ha de producirse; con una nota y un billete de avión en la mano extraídos de un
sobre que descansa a mis pies tras el ondulante trayecto descendente, una vez liberado
por mis temblorosos dedos.
Una
semana antes, al llegar del trabajo, encontré a mi esposa mirando catálogos de
viajes. Ni siquiera hubiese reparado en ello si no fuese por la rapidez que
retiró la revista, como cuando un adolescente se ve sorprendido viendo pornografía.
Fingí no darme cuenta de la felina maniobra con la que puso a buen recaudo la
publicación, bajo el cojín del sillón orejero que preside nuestro salón.
Hábilmente, me senté en la butaca al tiempo que esgrimía, con la excusa de un
tremendo cansancio, la necesidad de tomarme una cerveza bien fría. Mi velada
petición produjo en mi mujer el efecto pretendido y, muy solícita, se fue al
frigorífico para satisfacer mi refrescante deseo. Apenas tuve unos segundos
para revisar el catálogo, abriéndolo por la hoja marcada con un típico “post-it”.
La página presentaba una oferta de un apetecible “tour” por México. Ese fue el
destino elegido para nuestro viaje de bodas y estando tan próximo el décimo
aniversario, la deducción resultó evidente.
Dos
días después tuve que acudir a mi casa a media mañana para recoger unos documentos
que se me habían olvidado. Al abrir la puerta me llegaron unas risas que
provenían de la sala y que cesaron de inmediato. Sonia salió a recibirme al
pasillo lanzándome de manera nerviosa una pregunta
-
¡Alberto! ¿Qué haces aquí a estas horas?
-
He vuelto a por unos papeles – le contesté de
forma automática.
Detrás
apareció Héctor, mi mejor amigo, que me dio un abrazo adornado con una sonrisa
un tanto forzada. Por lo visto había hecho unas gestiones por la zona y
aprovechó para pasarse a saludar. Estaba claro que tramaban algo. Cogí los
documentos algo contrariado y me fui acompañado por Héctor. Nos despedimos en
el aparcamiento de la urbanización y él, notando mi preocupación, me obsequió
con una frase que en aquel momento me dio tranquilidad:
-
¡Tendrás un aniversario inolvidable!
Ahora sé que estaba en lo cierto.
Héctor era un
tipo muy bromista. Durante toda nuestra infancia celebramos nuestros cumpleaños
de forma muy particular. Preparábamos el uno al otro paseos por la ciudad buscando
mensajes, haciendo pruebas... Nos homenajeábamos mutuamente con juegos de
espías cuyo objetivo era que el homenajeado encontrase su regalo. A medida que
fuimos creciendo tuvimos menos tiempo y esas peculiares celebraciones se
extinguieron. Estaba claro que mi mujer, a la que le había contado en
innumerables ocasiones mis aventuras con Héctor, quería retomar la costumbre y nadie
mejor que mi entrañable amigo para que le echase una mano.
No obstante, rememorando
viejos tiempos, al día siguiente me tomé la jornada libre para vigilar a Sonia.
La seguí durante toda la mañana. Se encontró con Héctor en una cafetería
apartada y juntos se dirigieron a una agencia de viajes. Todo parecía ser tal
como yo me había imaginado. Tenía que haberme ido al verles entrar en la agencia,
pero no lo hice y eso, a la postre, fue el comienzo de mi perdición. Esperé a
que saliesen y entonces ocurrió. Sonia le tendió a Héctor algo que extrajo del
sobre que llevaba en la mano. Después, metió el sobre en el bolso. Aquello me
intrigó sobremanera y esa noche, mientras ella dormía, busqué el sobre por toda
la casa. Lo encontré en el cajón donde guarda su ropa interior. “El típico
escondite”, me dije con una sonrisa que se me borró de un plumazo al ver lo que
contenía. Allí no había más que un billete de avión con destino a Cancún, que estaba
a nombre de mi esposa. El pánico me impregnó cuando comprobé la fecha de
embarque: jueves 28 de septiembre, un día antes de nuestro aniversario. Además,
precisamente el jueves yo estaría fuera durante todo el día. Así que a mi
llegada, Sonia ya estaría volando hacia Cancún.
-
¿Ella sola? – me pregunté
La respuesta me produjo un sudor
frío por el cuerpo.
-
¡Claro que no!, ¡Se va con Héctor! Ahora
entiendo lo del aniversario inolvidable.
Desconozco cómo pude mantener la
calma. Supongo que no quería creer mis deducciones. Me acosté desolado teniendo
especial cuidado de no rozar a Sonia. Después de diez años, sentí que compartía
lecho con mi enemigo.
Aquél
jueves 28 me levanté temprano como estaba previsto y salí de casa. No tenía
ninguna intención de ausentarme durante mucho tiempo. Apenas dos horas más
tarde, volví para confirmar todos mis temores al encontrar a mi mujer con las
maletas preparadas. La ira me invadió y sin darle tiempo a reaccionar me lancé
sobre ella y apreté su cuello con todas mis fuerzas. Ella pataleaba y golpeaba
mi rostro con sus puños sin conseguir que mis manos redujesen la presión. Poco
a poco fue disminuyendo su resistencia y finalmente quedó inerte, a pesar de lo
cual continué apretando durante casi un minuto más. La llamada de la muerte
acabó de enloquecerme. Cogí un enorme cuchillo y conduje hasta casa de Héctor.
Cuando abrió la puerta se sorprendió al verme. Apenas dibujó la sorpresa en el
rostro, se la borré con una profunda cuchillada que le traspasó el cuello. La punta
del arma chocó contra sus vértebras cervicales y rebotó hacia atrás, escupiendo
la hoja junto con un borbotón de sangre. Esa inercia me ayudó a sacar el
cuchillo para volver a hundirlo una y otra vez en cara, pecho y abdomen. Parece
fácil apuñalar a un hombre cuando se ve en las películas, pero la realidad es
muy distinta. Llegar al corazón no es tan fácil, pues la caja torácica impide
que se pueda profundizar demasiado, sobre todo si no se atina con los espacios
intercostales, cosa harto difícil para un principiante como yo. El abdomen
resulta un lugar más acogedor para las armas blancas, así que me centré ahí
hasta quedar completamente agotado.
A partir de este
momento, todo me resulta muy borroso. Recuerdo vagamente haber cogido una carta
de la mesa de la cocina con mi nombre, para a continuación salir corriendo de
aquel piso sin poder evitar chapotear en un charco escarlata que flanqueaba la
puerta, sobre el que “flotaba” Héctor. Una vez en el portal, volví a tomar
plena conciencia de mi situación y de mi aspecto. Miré hacia atrás para
contemplar las huellas de sangre con las que mis zapatos marcaron el trayecto.
Entonces abrí el sobre. Lo primero que vi fue una escueta nota:
“Feliz décimo aniversario. Ahora debes marchar
en solitario en pos del amor. Pronto lo encontrarás de nuevo. ¡Suerte!”
El
cabrón se burlaba de mí incluso después de muerto. Tras la nota estaba el otro billete. Traté de romperlo
en mil pedazos, pero en el intento sólo rasgué la primera hoja, quedando al descubierto
unos datos que mis ojos no pudieron esquivar.
Pasajero: “Alberto González Mata”,
fecha: 30 de Septiembre .
destino: Cancún.