viernes, 22 de noviembre de 2013

Ultimo aniversario

Maridaje musical: Moon (George Winston) enlace youtube



Jamás imaginé que mi décimo aniversario de boda comenzaría de esta manera. Aquí, en el portal del edificio que alberga el piso de mi amigo Héctor; frente a la hilera de buzones en formación de pelotón de fusilamiento, anhelando una ráfaga de disparos que no ha de producirse; con una nota y un billete de avión en la mano extraídos de un sobre que descansa a mis pies tras el ondulante trayecto descendente, una vez liberado por mis temblorosos dedos.

                Una semana antes, al llegar del trabajo, encontré a mi esposa mirando catálogos de viajes. Ni siquiera hubiese reparado en ello si no fuese por la rapidez que retiró la revista, como cuando un adolescente se ve sorprendido viendo pornografía. Fingí no darme cuenta de la felina maniobra con la que puso a buen recaudo la publicación, bajo el cojín del sillón orejero que preside nuestro salón. Hábilmente, me senté en la butaca al tiempo que esgrimía, con la excusa de un tremendo cansancio, la necesidad de tomarme una cerveza bien fría. Mi velada petición produjo en mi mujer el efecto pretendido y, muy solícita, se fue al frigorífico para satisfacer mi refrescante deseo. Apenas tuve unos segundos para revisar el catálogo, abriéndolo por la hoja marcada con un típico “post-it”. La página presentaba una oferta de un apetecible “tour” por México. Ese fue el destino elegido para nuestro viaje de bodas y estando tan próximo el décimo aniversario, la deducción resultó evidente.

                Dos días después tuve que acudir a mi casa a media mañana para recoger unos documentos que se me habían olvidado. Al abrir la puerta me llegaron unas risas que provenían de la sala y que cesaron de inmediato. Sonia salió a recibirme al pasillo lanzándome de manera nerviosa una pregunta

-       ¡Alberto! ¿Qué haces aquí a estas horas?

-       He vuelto a por unos papeles – le contesté de forma automática.

Detrás apareció Héctor, mi mejor amigo, que me dio un abrazo adornado con una sonrisa un tanto forzada. Por lo visto había hecho unas gestiones por la zona y aprovechó para pasarse a saludar. Estaba claro que tramaban algo. Cogí los documentos algo contrariado y me fui acompañado por Héctor. Nos despedimos en el aparcamiento de la urbanización y él, notando mi preocupación, me obsequió con una frase que en aquel momento me dio tranquilidad:

-       ¡Tendrás un aniversario inolvidable!

Ahora sé que estaba en lo cierto.

Héctor era un tipo muy bromista. Durante toda nuestra infancia celebramos nuestros cumpleaños de forma muy particular. Preparábamos el uno al otro paseos por la ciudad buscando mensajes, haciendo pruebas... Nos homenajeábamos mutuamente con juegos de espías cuyo objetivo era que el homenajeado encontrase su regalo. A medida que fuimos creciendo tuvimos menos tiempo y esas peculiares celebraciones se extinguieron. Estaba claro que mi mujer, a la que le había contado en innumerables ocasiones mis aventuras con Héctor, quería retomar la costumbre y nadie mejor que mi entrañable amigo para que le echase una mano.

No obstante, rememorando viejos tiempos, al día siguiente me tomé la jornada libre para vigilar a Sonia. La seguí durante toda la mañana. Se encontró con Héctor en una cafetería apartada y juntos se dirigieron a una agencia de viajes. Todo parecía ser tal como yo me había imaginado. Tenía que haberme ido al verles entrar en la agencia, pero no lo hice y eso, a la postre, fue el comienzo de mi perdición. Esperé a que saliesen y entonces ocurrió. Sonia le tendió a Héctor algo que extrajo del sobre que llevaba en la mano. Después, metió el sobre en el bolso. Aquello me intrigó sobremanera y esa noche, mientras ella dormía, busqué el sobre por toda la casa. Lo encontré en el cajón donde guarda su ropa interior. “El típico escondite”, me dije con una sonrisa que se me borró de un plumazo al ver lo que contenía. Allí no había más que un billete de avión con destino a Cancún, que estaba a nombre de mi esposa. El pánico me impregnó cuando comprobé la fecha de embarque: jueves 28 de septiembre, un día antes de nuestro aniversario. Además, precisamente el jueves yo estaría fuera durante todo el día. Así que a mi llegada, Sonia ya estaría volando hacia Cancún. 

-       ¿Ella sola? – me pregunté 

La respuesta me produjo un sudor frío por el cuerpo.

-       ¡Claro que no!, ¡Se va con Héctor! Ahora entiendo lo del aniversario inolvidable.

Desconozco cómo pude mantener la calma. Supongo que no quería creer mis deducciones. Me acosté desolado teniendo especial cuidado de no rozar a Sonia. Después de diez años, sentí que compartía lecho con mi enemigo.

                Aquél jueves 28 me levanté temprano como estaba previsto y salí de casa. No tenía ninguna intención de ausentarme durante mucho tiempo. Apenas dos horas más tarde, volví para confirmar todos mis temores al encontrar a mi mujer con las maletas preparadas. La ira me invadió y sin darle tiempo a reaccionar me lancé sobre ella y apreté su cuello con todas mis fuerzas. Ella pataleaba y golpeaba mi rostro con sus puños sin conseguir que mis manos redujesen la presión. Poco a poco fue disminuyendo su resistencia y finalmente quedó inerte, a pesar de lo cual continué apretando durante casi un minuto más. La llamada de la muerte acabó de enloquecerme. Cogí un enorme cuchillo y conduje hasta casa de Héctor. Cuando abrió la puerta se sorprendió al verme. Apenas dibujó la sorpresa en el rostro, se la borré con una profunda cuchillada que le traspasó el cuello. La punta del arma chocó contra sus vértebras cervicales y rebotó hacia atrás, escupiendo la hoja junto con un borbotón de sangre. Esa inercia me ayudó a sacar el cuchillo para volver a hundirlo una y otra vez en cara, pecho y abdomen. Parece fácil apuñalar a un hombre cuando se ve en las películas, pero la realidad es muy distinta. Llegar al corazón no es tan fácil, pues la caja torácica impide que se pueda profundizar demasiado, sobre todo si no se atina con los espacios intercostales, cosa harto difícil para un principiante como yo. El abdomen resulta un lugar más acogedor para las armas blancas, así que me centré ahí hasta quedar completamente agotado. 

A partir de este momento, todo me resulta muy borroso. Recuerdo vagamente haber cogido una carta de la mesa de la cocina con mi nombre, para a continuación salir corriendo de aquel piso sin poder evitar chapotear en un charco escarlata que flanqueaba la puerta, sobre el que “flotaba” Héctor. Una vez en el portal, volví a tomar plena conciencia de mi situación y de mi aspecto. Miré hacia atrás para contemplar las huellas de sangre con las que mis zapatos marcaron el trayecto. Entonces abrí el sobre. Lo primero que vi fue una escueta nota:

Feliz décimo aniversario. Ahora debes marchar en solitario en pos del amor. Pronto lo encontrarás de nuevo. ¡Suerte!

                El cabrón se burlaba de mí incluso después de muerto.  Tras la nota estaba el otro billete. Traté de romperlo en mil pedazos, pero en el intento sólo rasgué la primera hoja, quedando al descubierto unos datos que mis ojos no pudieron esquivar. 

Pasajero: “Alberto González Mata”,
fecha: 30 de Septiembre .
destino: Cancún.