La llevaba puesta al entrar. Yo
estaba tomando el café matutino previo al trabajo y no tuve más remedio que
mirarla. La luminosidad que irradiaba lo inundaba todo, aunque parecía que sólo
yo me daba cuenta. La propietaria de semejante joya pidió un té mientras se
acomodaba en la mesa contigua a la mía. Nunca la había visto por el Lord Byron.
Extrajo un sobre de su bolso, sacó una carta y comenzó a leerla. Fue entonces
cuando se le desprendió, deslizándose con suavidad. Ella no fue consciente de
ello. Se levantó bruscamente sin terminarse la infusión y se dirigió a la
puerta. Dudé un instante sobre qué actitud adoptar, pero finalmente decidí
devolvérsela y antes de que saliese del local le dije:
-
¡Perdona…!
Se te ha caído esta sonrisa. En tu cara luce mucho más. Nunca la
pierdas, pues privarías al mundo de un destello único.
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